Por Alfredo Zaiat
La peor opción de inversión financiera en la plaza
local desde 2007, cuando se intensificó la compra de dólares, fue el
atesoramiento de esa moneda. En este período, el billete verde se ha
devaluado y ha perdido capacidad de compra. Esto significa que hoy se
necesitan más dólares para adquirir lo mismo que hace pocos años. Esta
tendencia declinante ha provocado dudas a nivel global sobre su rol de
moneda hegemónica en el sistema internacional. Este marco estructural de
la evolución del dólar en el mundo no es considerado en el debate
público cuando se analiza la competitividad del tipo de cambio en la
economía doméstica. Esta omisión fundamental viene acompañada de la
posición política de economistas de la city que reiteran con vocación
militante la existencia de atraso cambiario. No pocos grandes
empresarios los acompañan en esa misión, lo que generó la reacción de la
Presidenta CFK, quien ordenó a la AFIP una fiscalización más efectiva
en el mercado cambiario cuando le informaron que un hombre vinculado al
negocio frigorífico contabilizaba en una de sus compañías personales una
facturación de 1,7 millón de pesos anuales y en un solo día había
comprado dos millones de billetes verdes con la consigna “dólar te
quiero”.
Ya que el declive de la moneda estadounidense como reserva de valor
no parece ser un tema que inquiete a muchos que exhiben supuesta
“racionalidad financiera” acumulando esos billetes, la situación
relativa de la paridad cambiaria en relación con el funcionamiento de la
economía local requiere de mayores precisiones para eludir lugares
comunes.
El tipo de cambio real mide la relación entre los precios de los
bienes y servicios de la economía con respecto a los de un grupo de
socios comerciales importantes. Se trata de una variable crucial por sus
efectos sobre la demanda interna, la estructura productiva, el patrón
del comercio internacional, los flujos de capitales y la competitividad
de la economía. Para poder evaluarlo es necesario estudiar su dinámica
en relación con:
El desempeño de las exportaciones, importaciones y del saldo de la balanza comercial.
Los términos de intercambio y el precio de los commodities de exportación.
La productividad laboral.
El endeudamiento externo neto.
La política cambiaria de los países vecinos y del resto del mundo y las expectativas cambiarias.
Un informe reservado del Banco Central considera que una medida de
la competitividad externa para los sectores intensivos en mano de obra
es el tipo de cambio real que toma en cuenta la evolución de los
salarios locales en relación con la de los principales socios
comerciales (dólar, euro y real). Este indicador constituye una prueba
exigente para la economía argentina dado el fuerte crecimiento que
exhibieron los salarios nominales desde 2003, mayor al mostrado por
otros precios de la economía, lo que se tradujo en una significativa
mejora de los ingresos laborales en términos reales. Pese a ello, el
documento del Central destaca que el tipo de cambio deflactado por
salarios resulta superior al promedio de los últimos 15 años: su nivel
en septiembre de 2011 excede en un 28,2 por ciento al promedio de la
convertibilidad y en un 71 por ciento respecto de diciembre de 2001. La
productividad es otro elemento clave para analizar el grado de
competitividad cambiaria. Por ejemplo, si el tipo de cambio real se
aprecia un 10 por ciento, pero la productividad crece en la misma
magnitud, ésta tiene un efecto compensatorio sobre el nivel global de
competitividad. En el informe se señala que la productividad laboral
registró un ritmo de crecimiento del orden del 5 por ciento promedio
anual entre 2004 y 2010, que contribuyó a la mejora de la competitividad
dado que implica una disminución de los costos unitarios.
El saldo de la balanza entre exportaciones e importaciones determina
la disponibilidad de dólares “comerciales”. La persistencia de
superávit en esa cuenta refleja que se mantiene la competitividad de la
economía. El resultado positivo acumulado durante los primeros nueve
meses de 2011 creció respecto del mismo período de 2010 en más de 1700
millones de dólares si se excluye la compra externa de combustibles.
Este rubro es muy poco sensible a las variaciones del tipo de cambio y
el aumento de esas importaciones estuvo originado en el fuerte
crecimiento económico y en deficiencias en el abastecimiento interno. En
tanto, la cotización promedio de la soja del período 2006-2007 fue de
242 dólares por tonelada mientras que en los primeros nueve meses del
2011 el promedio fue de 473 dólares, un 95 por ciento superior. Por lo
tanto, el actual tipo de cambio real no se traduce en un problema de
escasez de dólares “comerciales”, a la vez queda en evidencia que
equilibrando la balanza sectorial de combustibles ayudaría a compensar
la parte deficitaria de la cuenta corriente, principalmente la balanza
de servicios financieros producto de la remisión de utilidades al
exterior y en menor medida, el pago de intereses.
En relación con la política cambiaria de los principales socios
comerciales de América latina, se observa que los países de la región
efectuaron abruptas devaluaciones en 2008, en el peor momento de la
crisis internacional cuando quebró el banco de inversión Lehman
Brothers, y eso afectó la competitividad de la economía argentina. Para
compensar ese impacto, en ese período hubo un ajuste nominal gradual
respecto del dólar del 32 por ciento entre julio de 2008 y noviembre de
2010. Luego, cuando pasó lo peor de la crisis, los países de la región
empezaron con apreciaciones nominales de sus respectivos tipos de
cambio, lo que contribuyó a la recuperación de la competitividad de la
paridad doméstica. El informe del Central destaca que sólo Argentina y
México registran en octubre de 2011 una paridad nominal con el dólar
mayor que en diciembre de 2006, mientras que en Brasil su moneda se
encuentra en niveles nominales mínimos, similares a los de mediados de
los ’90. En ese documento se señala que esto ha implicado que el tipo de
cambio real bilateral con Brasil deflactado por salarios sea un 127 por
ciento mayor al nivel registrado en diciembre de 2001 y un 33,2 por
ciento si se lo compara con el promedio de 1995-2001.
Otra variable para considerar respecto de la competitividad de la
paridad cambiaria es el monto de la deuda externa. El nivel adecuado del
tipo de cambio real debería ser más alto (depreciado) cuanto mayor sea
el endeudamiento externo neto de la economía. Esto ocurre porque si un
país tiene una deuda externa muy grande (en relación con sus activos
externos), necesitará de mayores saldos comerciales positivos para
afrontar los pagos de intereses que generan dichos pasivos. La Argentina
desde 2004 pasó, debido a los consistentes superávit de cuenta
corriente, de ser deudora externa neta a ser acreedora neta, lo cual
implica un tipo de cambio real de “equilibrio” más bajo por esas
razones. Además ha disminuido sustancialmente la carga del stock de
deuda en relación con el PIB, representando la deuda privada en dólares
no más del 8 por ciento del Producto.
En la investigación del Banco Central sobre la evolución de las
variables que influyen sobre el nivel adecuado del tipo de cambio real
se concluye que la economía hoy presenta una situación global mejor que
en los años noventa y que en 2001, y “que la actual paridad cambiaria se
encuentra levemente por encima de un nivel de equilibrio de mediano y
largo plazo en cualquiera de sus definiciones usuales”.
Debatir sobre la competitividad del tipo de cambio exige mayor
rigurosidad técnica que la “percepción de un dólar barato” exhibida por
economistas de la city. Estos demandan, en realidad, una fuerte
depreciación del peso para licuar salarios, gasto público y legitimidad
política del Gobierno. Disputa que se desarrolla además en un contexto
omitido: una moneda fetiche (el dólar) devaluada a nivel internacional y
poco rentable en términos de inversión financiera.
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