Lali Bertá

Hay que ser bruto para entregarle ese lugar a Macri.
Mauricio Macri supo ser una beca para los progresistas de la ciudad de Buenos Aires: que fuera el jefe de los contrarios era una gran ayuda.
 
Por: Martín Caparrós
Era fácil unirse contra el boquipapa hijo de papá representante del centro-derecha empresarial. En 2003, por ejemplo, consiguió el milagro de que un candidato –Aníbal Ibarra– curvado bajo el peso de la Alianza devastada ganara en el distrito, solo porque él estaba enfrente: porque todos los no-neoliberales hicieron la unión sagrada contra él.
De eso –como de casi todo– ya pasaron diez años; Macri empezó a gobernar en 2007 y fue perdiendo, en el gobierno, las calidades que tenía en la oposición. Nadie lo había elegido por su verba, su carisma, su historia democrática; era, sobre todo, una promesa de gestión eficiente –y sus seis años al frente del distrito más fácil del país la desmintieron: inundaciones repetidas, tránsito caótico, basura rampante, escuelas cerradas, un deterioro general de la ciudad. Ya nadie cree que Macri sea capaz de gestionar bien; si conserva alguna chance es por este desierto en que vivimos.

Y, por supuesto, por la ayuda del gobierno kirchnerista. Que hace seis años fue evidente: cuando Néstor Kirchner prefirió romper el frente que lo enfrentaba y dejarle ganar la ciudad para constituirlo como enemigo supuestamente conveniente –como enemigo que le resultaba cómodo, que le permitiía definirse por oposición. Y que, durante estos años, tuvo sus vaivenes y terminó por hartar a casi todos: cuando entre ambos –gobierno nacional, gobierno municipal– consiguen dar la impresión de que sus reyertas y querellas resultan en proyectos que no se concretan, servicios que no funcionan, más problemas para los ciudadanos.

La colaboración, de todos modos, es mutua: la torpeza es común, la ineptitud de uno suele ser la ventajita del otro. El episodio más reciente fue hace unos días cuando, en una de las peores semanas del gobierno nacional –asalto a la justicia, economía descalabrada, corruptelas– el municipal mandó sus botones a reprimir al manicomio, y le dio cierto aire. El gobierno, ahora, se lo devolvió con creces.

Es casi impensable que Cristina Fernández piense de verdad hacer las trampas leguleyas que precisa para intervenir Clarín. Clarín –ya lo he dicho demasiadas veces– me parece uno de los grandes problemas de la patria, un síntoma clarísimo de la degradación de la cultura argentina contemporánea. Nunca me gustó el periodismo que hacen ni el papel que ocupan y lo escribí a menudo. Es triste que tenga que aclarar este punto para decir que lo que quiere hacer ahora el gobierno me parece nefasto, indefendible.

Y creo que –por una vez– lo mismo le parece a millones. La intervención a Clarín, si se concreta, podría tener, a lo sumo, un formato legal pero ninguna justificación legítima: pueden decir que lo hacen al amparo de una ley confusa, pero no con ninguna razón que no sea su voluntad política, sus ganas siempre abortadas de hundir a un enemigo. Que hagan campañas y más campañas diciendo que Clarín miente es aburrido pero tolerable –al fin y al cabo, Clarín hace lo mismo con ellos, se podría considerar fair play–; que utilicen, en cambio, su poder delegado para destruirlo sería un error muy bruto. Creo que, por suerte, hay pocas medidas más impopulares entre los pocos millones que leemos los diarios que usar el poder para cargarse un diario, cualquier diario.

Pero hay sospechas fundadas de que quieren hacerlo y, así, en otro alarde inigualable de su inepsia, le regalan a Macri el papel de adalid de la libertad de expresión: el que sale a poner el pecho por la democracia amenazada.

Hay gente a la que decir libertad le sale mal –y otros van y los ayudan a que no se note. Es sorprendente: frente a la tozudez de un gobierno enceguecido, Macri, cuya relación con los medios siempre se limitó a leerlos –poco– y comprarlos –con dinero público–, ahora se convierte en su campeón. Se da el lujo de promulgar su segundo decreto de necesidad y urgencia diciendo que la libertad de prensa es esencial para la democracia y que su gobierno y la ciudad piensan defenderla –contra los ataques del gobierno nacional. Y se dará el lujo, en unos días, de obligar a los diputados más progres o incluso izquierdistas de la ciudad a votar una ley que él propuso, que no podrán objetar: que resulta, en sí, bastante inobjetable.

Es otro prodigio kirchnerista: nieblas del Riachuelo, milagros mugres de esta patria manejada por pavotes.
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