No caer en la tentación

Por Reynaldo Sietecase
Con el apoyo de la mayor parte de las fuerzas políticas opositoras, el gobierno logró declarar de interés público y objetivo prioritario el autoabastecimiento, explotación, industrialización, transporte y comercialización de los hidrocarburos.
La ley habilita la expropiación del 51 por ciento de las acciones de YPF. Atrás quedó la discusión sobre la evidente responsabilidad del Partido Justicialista en el remate de la empresa en los noventa, el aval otorgado por los gobernadores a esa operación infame y desastrosa para la economía nacional, y la ineficaz política energética llevada adelante por el kirchnerismo desde el 2003. 
El desafío que se abre para los administradores estatales de YPF es mayúsculo. Deberán superar años de desinversión en un contexto complejo. Aun así, la medida tiene un efecto reparador incontrastable.En el gobierno hay euforia por la buena repercusión de la medida entre la población. También celebran el haber recuperado la iniciativa política. Desde el triunfo electoral del año pasado el oficialismo se mostró a la defensiva: las dificultades que presenta el desmantelamiento de los subsidios en la economía, la confrontación con Hugo Moyano, la tragedia de Once, la renuncia del Secretario de Transporte, las disputas con el Gobierno porteño por los subtes, las denuncias judiciales sobre el vicepresidente de la Nación, el alejamiento del Procurador Esteban Righi, son algunos ejemplos. 

Como viene ocurriendo en los últimos años, Cristina Fernández encuentra su mejor versión cuando ejecuta las medidas más osadas.
Por su lado, tanto el radicalismo, como el Frente Amplio Progresista y otras fuerzas de centro izquierda mostraron en alto grado de conciencia y responsabilidad. Sin dejar de marcar las diferencias con la política energética del gobierno, dieron un apoyo contundente a la medida. La irritación de algunas usinas mediáticas permite medir la importancia de la decisión. “Le regalaron la oposición a Mauricio Macri (el único dirigente de relevancia que cuestionó la expropiación)”, sintetizaron. Cómo si radicales y socialistas pudiesen traicionar historias e ideas centenarias en el fragor de la batalla coyuntural con el gobierno. Cualquier político que aspire a gobernar el país sabe que es fundamental contar con el control de la matriz energética.
Mención aparte merecen la rebeldía del diputado radical Oscar Aguad, el enojo de Francisco De Narváez, más desperfilado que nunca; y la abstención de Norma Morandini. La candidata a vicepresidenta del FAP volvió a demostrar que está más cerca de Elisa Carrió que de Hermes Binner. Ni siquiera su compañero de bancada Luis Juez, quién hizo uno de los mejores discursos durante el debate en el Senado, logró convencerla de votar en general por la estatización.
La Presidenta agradeció en dos oportunidades ese acompañamiento que dejó mejor parada a la Argentina ante el mundo, después de una decisión no exenta de polémica. Su gesto, si bien atinado, tuvo sabor a poco. La mezquindad habitual con que la mayoría tramita su condición de tal, impidió que se incorporaran los principales planteos opositores en la discusión en particular de la norma. 
Todos los aportes son razonables: Control de la Auditoría General en la gestión de la empresa; participación accionaria de todas las provincias y no sólo de las petroleras y avance estatal sobre las acciones que posee el Grupo Eskenazi. Una política de Estado se construye a través de consensos y con el correr de los años. El parlamento se luce cuando construye puentes no paredes.
La movida mediática para deslegitimar la operación fracasó. Vale un ejemplo: el diario La Nación, el medio gráfico que con más cuidado utiliza el idioma de los argentinos, insiste en llamar “confiscación”, lo que claramente es una “expropiación”. Según el Diccionario de la Real Academia Española, confiscar es “penar con privación de bienes que son asumidos por el fisco”. 
En cambio, según la RAE, expropiar es “privar a una persona de la titularidad de un bien o de un derecho dándole a cambio una indemnización. Se efectúa por motivos de utilidad pública o interés social previstos en las leyes”. Cómo escribió el notable Mario Trejo: la palabra perro no muerde, el que muerde es el perro.
Tentación
Hace una semana, el kirchnerismo coronó la media sanción en el Senado con un imponente acto en el Estadio de Vélez. Varias novedades: la juventud (con eje en La Cámpora) movilizó como nunca antes, hubo gran presencia de los movimientos sociales y algunas columnas del sindicalismo (a la CTA de Hugo Yasky se sumaron UPCN, SUTEH y los taxistas, entre otros). La Presidenta hizo un discurso emotivo y sencillo reivindicando el rol de la juventud y agitó sus dos flamantes banderas: Malvinas e YPF. 
Mientras las columnas se desconcentraban, primero el diputado Edgardo Depetri y luego el vicegobernador de Buenos Aires, Gabriel Mariotto hablaron de la posibilidad de un reforma constitucional que habilite la rereelección de la mandataria. Unos días después se sumaron Diana Conti –ya lo había hecho hace un año pidiendo “una Cristina eterna” – y el apoderado del Frente para la Victoria, Jorge Landau no se detuvo con chiquitas: “es natural al ser humano que uno pretenda estar siempre, nadie quiere irse, nadie quiere retirarse, pero es la voluntad de los ciudadanos determinarlo”.
La Constitución Nacional no es un traje a medida. Los riesgos de manipular el ordenamiento jurídico en beneficio propio, tarde o temprano, conllevan el castigo popular. Lo comprendió Carlos Menen en medio del declive. Lo comprobó el ex gobernador de Misiones, Carlos Rovira, en el 2006 cuando creía que “todo era para siempre”. La alternancia en el poder hace a la esencia misma de la democracia.
En el gobierno rechazan hablar del tema. “No está en la agenda reformar la Constitución”, dicen los funcionarios consultados. Aunque aceptan que es una buena manera de mantener “a todos disciplinados”. Por su parte, el gobernador Jorge Capitanich explicó que “la presidenta nunca pidió, en público ni en privado, una reforma constitucional”. Por ahora la idea aparece sólo como una tentación de quienes se consideran más cristinistas que cristina. Por ahora se trata de una tentación y no de una tentativa.
Nota publicada en Diario Z en su edición del 3.5.2012
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