La perspectiva africana

LA CIENCIA HOY
La misión comercial a Angola, con la picaresca del Secretario de Comercio incluida, es una actividad internacional argentina que debe ser seguida con cuidado. No sólo en términos inmediatos, sino esencialmente a lo largo de los próximos meses y tal vez años.

Angola es un país rico en petróleo y con pésima distribución del ingreso, que hace que a pesar de tener unos 20 millones de habitantes, su población consumidora no supere el 30% de esa cifra.
Si la misión se encaró en términos tradicionales, en que se establece un mercado de oferta y demanda de corta duración, nuestro país podrá vender alimentos, calzado, indumentaria, para ese 30%. Algo para obra pública. No estaría mal, pero se desaprovecharía una oportunidad.
La estrategia a la vez innovadora y potente a largo plazo consistiría en establecer vínculos comerciales y, además, vínculos con los responsables de construir un desarrollo más equitativo en ese país, del cual un componente central será seguramente alguna vez un tejido industrial que progresivamente brinde ocupación de calidad a los angoleños.
¿Qué significa eso?
Que la Argentina tiene capacidad tecnológica para instalar plantas de producción de alimentos y otros bienes básicos en Angola; que además puede organizar equipos para brindar capacitación en procesos y en gestión; que puede incluso ayudar a organizar los sistemas de distribución hasta llegar a los consumidores. En ese entramado posible quedarían incorporadas fracciones relevantes de los hoy excluidos de aquel país, así como se habilitarían territorios nuevos, que producirían las materias primas agropecuarias correspondientes.


Si se estableciera una relación así, que empieza por el vínculo gobierno-gobierno y luego se disemina a los emprendedores, está claro que ganaría Angola. Algunos medios argentinos cuestionan este planteo, sosteniendo que no está claro en qué se beneficia nuestro país.
Es evidente que en términos inmediatos los fabricantes de bienes de capital, los capacitadores agrarios, industriales y de gestión, realizarían sus exportaciones, algunas de ellas claramente no tradicionales. Nadie discute esto. Sin embargo, los productores de pollos, leche en polvo o vegetales conservados, pueden cuestionar y cuestionan una política que ayude al otro a saber cómo sustituir esas importaciones. Esta es una mirada de vuelo muy bajo.
Ante todo: un país que cuenta con recursos en divisas, la primera medida estratégica que tiende a tomar es resolver el problema de alimentación de su pueblo. Si no tiene suficiente tierra apta, como Arabia Saudita, importa esos alimentos. Si tiene posibilidades de producción local, a la corta o a la larga los producirá localmente. Vender la tecnología para producir y faenar pollos de manera higiénica, junto con las plantas de alimentos balanceados o los galpones de pollos, ya es de por sí un negocio. Para los empresarios que atiendan esta primera etapa, subsistirá luego la producción de pollosBB, la venta de líneas fundadoras, los equipos de incubación, las plantas de biogas a partir de las deyecciones de los pollos, el mantenimiento y evolución de todo el sistema. Y esencialmente, además de todo eso: la atención del seguro alud del resto de los países en igual situación, que aún disponiendo en muchos casos de recursos del petróleo o de la minería, no reciben ofertas integrales de conocimiento y asistencia técnica para construir desde la nada ramas alimenticias.
En tal escenario, habría otro producto colateral de igual o mayor envergadura. Un país que inicia un camino de integración interna más equitativa, va haciendo más diversificada su demanda. Quien produce sus alimentos y con ello comienza a emerger de la pobreza, piensa en su vestimenta, en su hábitat completo, que incluye centralmente a su vivienda y el equipamiento consiguiente. Aquí la Argentina, otra vez, puede proveer primero los bienes y luego la tecnología para producirlos.
El concepto central es: ayudar a un país a emerger del subempleo, la pobreza y el subconsumo, no sólo es un hecho de alta relevancia política y que construye liderazgo internacional, sino que además puede ser un muy buen negocio para la Argentina, país de tecnología intermedia, vinculándose con países mono productores, con excedentes de divisas que en la mayoría de los casos se orientan a la importación de bienes terminados para las elites locales.
La decisión de nuestro gobierno está pendiente desde que comenzó la cooperación con Venezuela, donde el conflicto, aún no resuelto, es el mismo que el descrito más arriba. Si son hegemónicos los exportadores de pollo o de leche en polvo, será un negocio transitorio. Si en cambio, lo son –apuntalados por el Estado– los fabricantes de bienes de capital para producir esos bienes, más todos los suministradores de conocimiento productivo y de gestión, hasta podemos construir un nuevo modelo de desarrollo integrado plurinacional.

Fuente: Miradas Al Sur
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