El gusto por los ingenieros

Por Reynaldo Sietecase
En medio de la batalla contra la corrida cambiaria, mientras un sector del sindicalismo se empeña en mostrarle los dientes y amenaza con movilizaciones callejeras, con el telón de fondo de la crisis financiera internacional y la recesión en los países del Mediterráneo, Cristina Fernández pidió por más ingenieros. 
En el acto inaugural de una nueva universidad en Ezeiza, el martes pasado, la Presidenta, explicó que en el año 2003 se recibía un ingeniero cada ocho mil habitantes y ahora uno cada seis mil setecientos. “Todavía tenemos que hacer un gran esfuerzo y llegar a la meta de un ingeniero cada 4.000 habitantes”, dijo. Y recordó que China tiene un ingeniero cada dos mil habitantes, Alemania y Francia cuentan con uno cada dos mil trescientos y Brasil, uno cada seis mil. La apuesta por más ingenieros puede leerse como una señal hacia la producción nacional.

Durante la inauguración de la Universidad Aeroportuaria de Ezeiza, la Presidenta pidió un esfuerzo a los jóvenes para que “reorienten su vocación hacia aquellas carreras que tengan salida laboral” como la Ingeniería, área a la que consideró “clave”. La nueva Casa de Estudios formará Ingenieros en Telecomunicaciones, en Electrónica y Mecánica Aeronáutica, entre otras carreras. 
Es indiscutible el esfuerzo realizado en los últimos años por recuperar la Educación Técnica arrasada en la década del noventa. El modelo de sociedad diseñado por el menemismo no precisaba de técnicos, ni de ingenieros, ni de escuelas de oficios, ni de industria. 
El Ministerio de Educación de la Nación todavía le debe al país el diseño de una política seria de orientación universitaria. Una campaña institucional y mediática que impulse a los jóvenes hacia las carreras con mayor salida laboral y en línea con las necesidades del país. No se trata de cercenar la libertad de elegir, se trata de informar.


Lograr mayor cantidad de ingenieros está conectado a la mayor escolarización inicial. En ese sentido, la Asignación Universal por Hijo –una idea impulsada originalmente por la CTA y legisladores de la Coalición Cívica e implementado por el gobierno– ha dado muy buenos resultados. Según un estudio confeccionado por seis universidades en ocho provincias, unos 130 mil chicos se sumaron al sistema educativo. Más allá de la mezquindad política que tuvo su lanzamiento y de las torpes críticas que la recibieron, el logro más relevante es que la iniciativa casi no tiene ateos.

Pero los ingenieros también fueron motivo de discordia. El insólito derrumbe de un edificio en el centro de la Capital Federal rompió la tregua entre la Casa Rosada y el gobierno del ingeniero Mauricio Macri. Legisladores oficialistas, junto al Ministro de Trabajo, Carlos Tomada, fueron durísimos con el Jefe de Gobierno. Acusaron a la gestión porteña de falta de control y permisividad con las empresas constructoras. 
También le recordaron otros desmoronamientos como el del gimnasio de Villa Urquiza. Después de semanas de ostracismo y cuando muchos sospechaban del cumplimiento del una penitencia por sus declaraciones apresuradas en el caso Sobrero, hasta el Jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, se prendió a las críticas.

Lo cierto es que después de la sucesión de gestos de acercamiento entre los dos gobiernos, que incluyeron el anuncio del traspaso del subte y la coordinación de algunas tareas de seguridad, como en el Juego de la Oca todos volvieron al primer casillero. Macri intentó calmar a los vecinos sin techo anunciando que el Estado les pagaría por sus departamentos derruidos. Analizar críticamente lo que pasa en el área de control y fiscalización de la CABA, revisar su eficacia y transparencia, no es una concesión a la oposición sino una necesidad política. Sobre eso puede dudar un ingeniero pero no un Jefe de Gobierno.

La lógica ilógica

Mientras tanto “palos porque bogas y palos porque no bogas”. La sabiduría popular no falla. “A nadie se le puede prohibir lo que no está prohibido en la ley. Esto es ilegal. Un atentado contra la libertad”. La frase le pertenece a un ofendido catedrático tributarista de la Universidad Austral. No sólo advirtió con vehemencia a sus alumnos, también se prestó a varios reportajes en radio y televisión. La afrenta: los controles de la AFIP a la comercialización de dólares. 
Es por lo menos curioso que los mismos economistas y medios de comunicación que machacaban con la necesidad de controlar el lavado de dinero, la evasión, la fuga de capitales y el mercado negro hasta hace una semana, ahora se quejen de los controles y digan que son ilegales.

Algo parecido ocurre con la eliminación de subsidios en el transporte. Fue el caballito de batalla de los economistas liberales y de los grandes diarios durante años. Sin embargo, ahora que se discute sobre esa posibilidad, advierten con títulos catástrofe sobre los aumentos y auguran una suerte de conmoción social a partir de los “tarifazos” que se vienen. 
Sincerar la economía, incluyendo el desquicio en el Indec, sin afectar a los sectores más débiles de la sociedad es uno de los grandes desafíos del gobierno. Pero como en un circo, los mismos que alientan al equilibrista a dar otro paso en el alambre, esperan ansiosos su caída.
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