A 37 años del fallecimiento de J.D. Perón


“Perón sigue siendo materia de discusión y el debate acerca de su persona no se ha cerrado; su influencia y gravitación en los hechos ocurridos en la Argentina contemporánea es innegable. Cambió el rumbo de la historia y se constituyó, por méritos propios y por los desaciertos de sus adversarios, en la figura más representativa e importante del siglo XX”.
Tres veces presidente constitucional (1946-1952), (1952-1955) y (1973-1974), su nombre siempre apareció relacionado a todos los cambios y hechos producidos en el país a partir de su irrupción como uno de los integrantes de la revolución del 4 de junio de 1943.
Es decir que, durante 30 años, nada se puede analizar y entender sin relacionarlo con esa personalidad carismática, dueña de ver y analizar las situaciones de forma asombrosa y sorprendente.
Cuando el 20 de junio de 1973 Perón regresa al país, la Argentina toda vio y vivió los hechos ocurridos en Ezeiza. La interna peronista entre la “tendencia” y la “ortodoxia” había salido a la superficie y se había convertido en un problema nacional. Las renuncias de Cámpora y Solano Lima, permitieron una segunda elección presidencial en un año; el 23 de setiembre de 1973 la fórmula Perón-Perón se imponía con casi 62% de los votos.


Ese porcentaje, el más alto registrado en una elección presidencial, escondía esperanzas muy diversas: la pacificación del país, un retorno a la ortodoxia del primer peronismo, aumento de salarios, un giro a la izquierda o el nacionalismo en un futuro plan económico.
 Estudiosos del peronismo opinan que el Perón de 1973 había agregado a su pensamiento original las experiencias recogidas en 1955, año de su derrocamiento. No obstante, en su esencia, las ideas de Perón no habían tenido modificaciones sustanciales; su insistencia en la unidad nacional y un ánimo pacificador eran bien recibidas por una sociedad harta de conflictos y problemas.
Sin embargo, las circunstancias de la victoria justicialista son muy distintas a las del año 1946. Dos días después fue asesinado José Ignacio Rucci, “el hombre del paraguas”, una de las figuras clave del sindicalismo argentino y hombre de confianza de Perón. La violencia, por el solo hecho de haber triunfado Perón, no desapareció.
El 12 de octubre el matrimonio Perón-Perón se hizo cargo del gobierno y del poder. Su tercera presidencia, que no llegó al año, se vio envuelta en una sucesión de hechos signados por la rebeldía y desobediencia de esa “juventud maravillosa” que él mismo había alentado y que ahora trataba, inútilmente, de disciplinar y enderezar.
El idilio terminó definitivamente cuando, el 1º de mayo de 1974, desde los balcones de la Casa Rosada, los llama “jóvenes imberbes” y los acusa de intentar copar el movimiento y desplazar a aquellos que durante casi 30 años habían sido leales a su persona y a la doctrina justicialista.
Exactamente dos meses después, el 1º de julio, moría Perón. Terminaba una época; su muerte conmovió y estremeció a todos: peronistas, no peronistas y antiperonistas. Con él finalizaba un liderazgo que no dejaba sucesores, en palabras del propio Perón: “… Mi único heredero es el pueblo”, expresión ambivalente, que puede ser entendida de varias maneras, pero que dejaba sentado que nadie podía arrogarse el título de heredero de Perón y del movimiento que él mismo creó.
Es que su figura marcó toda una época; fue odiado y amado, y siempre discutido por todos, menos por sus incondicionales y fieles seguidores, para quienes Perón y peronismo eran una misma cosa, y no una simple o manipulada interpretación ideológica.
Muchos y variados hechos ocurrieron en el país de los argentinos desde la muerte de Perón, hace hoy exactamente 37 años. La sucesión institucional fue asumida por su esposa, María Estela Martínez, quien no completó el mandato constitucional por el pronunciamiento militar del 24 de marzo de 1976.
A los siete años, con el fin del último gobierno “de facto” de la Argentina (1976-1983), la restitución de las instituciones y la vigencia de la Constitución, permitieron la continuidad y alternancia de distintas corrientes políticas en el poder: Alfonsín (1983-1989), Menem (1989-1995) (1995-1999), De la Rúa (1999-2001), Duhalde (2001-2003), Kirchner (2003-2007) y Fernández de Kirchner (desde 2007).
 De una u otra manera, algunos de los nombrados intentaron crear un movimiento que pudiese transformarse en hegemónico, tratando de ser superador de aquel que creó Perón a partir de 1946. Sin embargo, hasta el presente, y por diversos motivos, no han pasado de ser precisamente eso, meros intentos.
Cuando todavía discutimos, analizamos y reflexionamos acerca de los resultados de las elecciones del domingo pasado, la figura del último caudillo de la Argentina contemporánea se proyecta en nuestra historia como expresión de un verdadero espíritu de conciliación y de unidad nacional.
 Quizás este sea el legado que hoy, a 37 años de su muerte, nos deja Perón, resumido en la expresión manifestada en su regreso definitivo al país: “Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”.


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