Divididos

Cuando creo que entiendo algo es que no entendí nada. Y esta mañana me dio una de ésas: me pareció, de pronto, entender que lo más bruto de la Argentina actual es que no hay nada que unifique.aaa1

Por: Martín Caparrós

O, dicho de otro modo: que no sabemos dónde hacernos uno. La construcción simbólica de una nación –de una comunidad– consiste en encontrar formas de hacer sentir a todos sus habitantes que hay puntos en que se juntan: que aceptan algo que los une.

El ejemplo más obvio –el primero– es el lenguaje: para saber de qué hablamos se necesita un código común. Si no aceptáramos que las palabras significan lo mismo para usted y para mí, no serviría decirlas, no hablaríamos.

Hablamos: aceptamos ser uno en el lenguaje. O si no en unos símbolos: a la fatídica pregunta quiénes somos, la respuesta: somos los que nos reunimos en una misma canción, unos mismos colores -porque estamos convencidos de que seguirlos significa algo muy decisivo.

O, si no, la justicia. Dos partes están en desacuerdo sobre un tema y se someten al arbitraje de una tercera que tiene la autoridad de decidir cuál es la solución. Las dos partes aceptan la preeminencia del juez, y el juez produce un solo discurso allí donde había dos: para eso sirve. Es una instancia que unifica. La justicia –la aceptación de la justicia– une.

O las autoridades, ciertas autoridades. Uno puede estar o no de acuerdo con un presidente, pero si su autoridad informa que hay diez por ciento de inflación o cinco por ciento de pobres, uno le cree: es una instancia que unifica, que sirve para empezar a discutir.

El mecanismo de unidad puede, por supuesto, forzarse y volverse nocivo. Recuerdo por ejemplo los esfuerzos franquistas: su lema persistente, su slogan de cuarenta años era España Una –y Grande y Libre. Y los chicos tenían que gritarlo en los colegios y algunos chuscos decían que era Una porque si fueran Dos todos se irían a la otra. La unidad forzosa, completa, exacerbada, es el signo de lo totalitario; pero la existencia de ciertas instancias de unidad es necesaria para entenderse, para encontrar puntos de acuerdo o desacuerdo: para creer que compartimos algo a partir de lo cual ponerse a disentir. Unidad no para estar de acuerdo; para poder estar en desacuerdo.

En la Argentina actual no es así: un juez resuelve y muchos suponen que lo hace por causas ilegales; hay símbolos patrios pero hay versiones tan distintas de lo que significa patria; la presidenta dice diez por ciento en un año y una parte de la población le cree, otra no le cree; el intendente dice diez kilómetros en cuatro años y una parte de la población le cree, otra no le cree. Alguien dice tal: los suyos lo aprueban porque es él y los ajenos ya suponen, de antemano, que porque es él será falso todo lo que diga. Nadie escucha lo que dice nadie: si lo dice fulano va a estar mal, no importa lo que sea porque de todos modos no le creo.

(O, incluso, para citar un ejemplo de otro pozo: un diario llamado La Nación dice que "una virgen lloraría sangre". O sea: con ese verbo en potencial consideran la posibilidad, lo creen posible. Yo en cambio digo que eso es imposible: que las estatuas no lloran casi nunca. Me dicen que ofendo a los que sí lo creen. Entonces no podemos discutir más: si no nos ponemos de acuerdo sobre el mundo en el que discutimos –por ejemplo, el campo de la física en el que es imposible que una materia inanimada produzca sangre–, no tenemos base común para seguir hablando.)

Si no hay instancias de unificación todo se vuelve relativo. Lo que dice, lo que hace cualquier supuesta autoridad o instancia común es relativo: para algunos es verdadero, falso para otros. Resulta interesante como idea: es juguetón, produce choques, revisiones de lo que parecía definido y aceptado. Pero, al cabo del tiempo, se hace estéril:como no hay nada firme a lo cual referirse, todo termina por reducirse a descalificaciones. Yo opino que vos sos una mierda. Ah, qué curioso, yo opino que lo que vos decís es propio de un idiota. Te dije que este gobierno es antiimperialista porque hizo tal y cual y lo de más allá. Te dije que este gobierno está vendido a las multinacionales porque hizo lo de más acá y cual y tal. Sos un hijo de puta. Sos un pelotudo.

Nos taramos: nos emperramos en nuestras desconfianzas, no discutimos nada, repetimos como loros las mismas invectivas. Somos coros opuestos, músicas enemigas peleando por el aire. Hablamos para nada: solo para los nuestros. Se necesita, insisto, para poder hablar en serio, un lenguaje: una mínima base compartida. Insisto: no para estar de acuerdo; para saber de qué estamos hablando y poder expresar los desacuerdos, discutirlos, pelearnos incluso con algún fundamento.

Es lo que ahora no hay: lo que nos vuelve tan estériles.

El motor de la puta calesita.

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