LOS ALIMENTOS PARA LOS ARGENTINOS

Se ha repetido hasta el cansancio que Argentina puede proveer alimentos para 400 Millones de habitantes.
En cualquier caso, es un dato objetivo que nuestro país es el primero en el mundo si se mide la superficie arable por habitante. 

Nadie discute, en consecuencia, ni podría hacerlo, que buena parte de nuestra actividad y nuestro vínculo con el mundo se constituye a través del agro y la agroindustria, exportando alimentos terminados y/o sus materias primas. 
Por Enrique Mario Martinez
Este escenario, que es natural para los argentinos, resulta seductor para grandes corporaciones de aquí y de todo el mundo y también tiene sus flancos problemáticos, que desvelan a los economistas sensatos.

El agronegocio, que reemplazó hace generaciones a la lógica de producir alimentos para el abastecimiento comunitario, se expande sin límite.
Una combinación donde la tecnología productiva innovadora y extractiva, los excedentes financieros que buscan aplicación y las necesidades de centenares de millones de nuevos habitantes urbanos en el mundo, aportan lo suyo. 
Cada día aparecen el campo y sus industrias vinculadas como un negocio descollante, aunque la sustentabilidad ambiental prenda luces amarillas y rojas.
Las grandes corporaciones se hacen cargo. Desde las semillas hasta el producto en las góndolas, todo va siendo responsabilidad de cada vez menos empresas cuyos dueños no solo no se conocen en los pueblos, sino que además mutan en función de intereses diferentes de aquellos de nuestros abuelos, enraizados en la tierra.


A la gran mayoría de los argentinos nos toca ocupar solo el rol de consumidores, en este granero del mundo. A los gobernantes y en particular a los economistas, les toca administrar esta realidad singular, donde nuestras necesidades más básicas – alimentación – son atendidas por corporaciones que piensan en el mercado global y se rigen por él. En tal contexto, si los precios internacionales suben – si el agro negocio mejora – nosotros también debemos pagar la factura.


Los actores de este sector dicen que esto es lógico. Nos beneficiamos con trabajo, con impuestos que se recaudan. Paguemos lo que las cosas valen, lo que paga cualquier otro consumidor.
La mirada oficial, que comparto, mezcla negocio con atención de las necesidades comunitarias y señala que no parece justo que la demanda de otros países nos encarezca nuestra mesa, sobre todo cuando los precios internacionales aumentan más rápido que los costos de producción.
Y allí estamos. Con una controversia conceptual que no se resuelve. 


Mas bien se agrava, porque el gobierno termina negociando con ese pequeño puñado de empresas hegemónicas cuales son las condiciones para dar atención preferencial al mercado interno; consolidando así el poder de ellas y llegando a resultados que los consumidores la mayoría de las veces vemos como frustrantes.
Tal vez haya que buscar caminos nuevos.
Uno de ellos – que creo convincente, a pesar que su originalidad se convierte en su debilidad, cuando es analizado por un medio conservador – es pensar que podemos y debemos producir para dos mercados: el de 40 Millones, el nuestro y el de 360 Millones adicionales, según la consigna que se ha hecho habitual.
Producir para dos mercados, con empresas diferentes. Esto es: auspiciar “campeones exportadores de alimentos”, con el mayor valor agregado viable, pero que no puedan vender en el mercado interno. En paralelo, atender a nuestros compatriotas con empresas más pequeñas, diseminadas por toda la Argentina, que pueden y deben producir, desde Misiones a Santa Cruz, en términos de competencia interna como hoy casi no existe.
Los pollos que coman los riojanos producidos por riojanos, en competencia con las provincias vecinas, pero no suministrados por 3 o 4 corporaciones de alcance nacional que desplazan el trabajo local solo por poder económico. Éstas les venderán al mundo.


Es demasiado largo de explicar aquí, pero es posible armar un esquema impositivo de percepciones y de reintegros, que promueva ambos universos empresarios: el exportador y el del mercado interno, sin colisiones y para beneficio general. Porque a ambos los necesitamos.
Se que hay gente muy vinculada a los negocios agropecuarios que lee estos materiales. 

Se también que a ellos el esquema que les resulta más seductor es la reducción de regulaciones, en lugar de su modificación o incluso su aumento, como puede surgir de dar forma a esta propuesta incipiente.
Simplemente, pido que ellos y todo compañero curioso por la economía argentina, con vocación de construir escenarios más confortables y más justos, se apliquen a entender las fortalezas y debilidades de tener, por caso, una pequeña lechería en casi toda provincia argentina y una gran lechería para exportar leche en polvo y quesos, que no entren en conflicto y atiendan dos espacios consumidores distintos, sin lastimar el interno.
Pensemos juntos.
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