La tercera posición

Por Pablo Marchetti
Un poder triunfa cuando se nos presenta como lo único posible, cuando logra instalar la idea de que las cosas no pueden ser de otro modo.

“Hay dos cosas enfrentadas, se tratan a los programas con demasiado fanatismo, y eso no le conviene a nadie. Yo puedo decir esto porque no formo parte de ninguna de las dos posiciones enfrentadas, tengo esa libertad, y no quiero ser rehén”. Estas palabras no fueron dichas por ningún analista de medios, por ningún semiólogo, por ningún profesor universitario. Tampoco por ningún militante de ninguna fuerza política o social, aunque sería bueno reformular el término “militancia” y extenderlo a confines que vayan mucho más allá de la pertenencia orgánica.
Quién definió de modo tan categórico la situación actual de los medios en la Argentina fue el actor Ricardo Darín. Lo hizo en su visita al programa de televisión TVR, luego de ver un informe sobre el ciclo de Jorge Lanata y la lamentable “investigación” sobre los “twitteros truchos” del kirchnerismo. Es interesante lo que planteó Darín. 

Porque llevó a un lugar masivo lo que viene siendo un lugar común muy extendido pero poco reflexionado: hay vida fuera del relato hegemónico de Clarín y La Nación, y el relato pretendidamente contra hegemónico aunque con ínfulas de hegemónico de Tiempo Argentino.
Esto por nombrar sólo a los diarios. Podríamos hablar también del cable (TN vs. CN23) o de la televisión de aire (Lanata vs. 678). Dejo afuera de la contienda a Página 12 porque, más allá de su oficialismo de hoy o su oposición de ayer, Página siempre fue fiel a su agenda propia: aborto, violaciones a los derechos humanos, cultura, y desdén por el deporte, la farándula y los policiales.
El planteo de Darín es contundente y suena a desahogo. También hace ruido, porque lo de “dos posiciones enfrentadas” suena a teoría de los dos demonios. Y aquí también es peligroso caer en eso de los “bandos” malos y “la gente”, en el medio, buena. En realidad todo esta “guerra” comenzó con el legítimo derecho de un Gobierno elegido por el voto popular a combatir posiciones monopólicas. Por eso la Ley de Medios. Por eso el Gobierno no estuvo solo en esa gesta, sino que fue acompañado por otras fuerzas populares que entendían que era esencial la democratización de los medios.
Fuerzas que, además, comprendieron que lo mejor que les podía pasar si llegaban al Gobierno era tener pluralidad de voces, sin posiciones monopólicas. En ese sentido, la aparición de un programa como 678 resultó una brisa de aire fresco en el viciado aire de los medios en la Argentina. Por fin se demostró que se podía hablar de los medios, de quiénes creaban los relatos de esos medios y en defensa de qué intereses.
El problema empezó cuando, fuera de la trinchera, esos medios comenzaron a instalar un discurso único que caía en los mismos vicios que aquellos a los que estaban combatiendo. La compra de Cristóbal López a Daniel Hadad de todas las estaciones de radio (entre ellas La 10 y La Mega, AM y FM más escuchadas, respectivamente) y del canal de cable C5N fue la confirmación de que a la Ley de Medios la seguía la Trampa de Medios.
Es cierto, hoy la posición del Grupo Clarín sigue siendo absolutamente dominante en el mercado. Y, más allá de Szpolski, Cristóbal López o Electroingeniería, Clarín continúa funcionando como la gran usina de relato en el país. Por un lado, porque la construcción lleva mucho tiempo, muchos negociados, muchas leyes, mucha trampa. 
Por otro, porque los medios de estos empresarios afines al Gobierno no logran la llegada masiva que pretenden. Tal vez la única excepción sean los programas del productor Diego Gvirtz, un tipo que había demostrado su talento para crear formatos en la televisión privada y para llevar a cierta masividad un discurso progre, mucho antes de que Néstor Kirchner desembarcara en la política nacional.
Al margen de la disparidad de audiencias y de capacidad de instalar agendas, tiene razón Darín cuando habla de “fanatismo” y de “posiciones enfrentadas”. Hoy un promedio entre las tapas de Clarín y de Tiempo Argentino nos permite tener una idea de lo que sería más o menos un diario promedio de circulación masiva, más o menos normal. 
El resto hay que buscarlo en otros medios, más clandestinos, generalmente en la web. Porque en eso no han cambiado muchos las cosas: los grandes diarios (o, en el caso de Tiempo, los que pretenden serlo) siguen reproduciendo un discurso funcional del poder. Responden a lo que Louis Althusser definió como “aparatos ideológicos del Estado”.
De Darín a Althusser, así están las cosas con los medios hoy en la Argentina. No se trata, pues, de buscar una tercera posición. No, Perón no es el punto de equilibrio entre Darín y Althusser. Lo que sí hay que buscar romper estos dos relatos: el hegemónico y el que pretende serlo.
¿Un tercer relato? No, gracias, yo paso. Prefiero ir destruyendo lugares comunes, despedazando aquello que, desde el discurso, está instalado y se nos presenta como natural, cuando en realidad no es más que una construcción ancestral para construir un poder. Un poder triunfa cuando se nos presenta como lo único posible, cuando logra instalar la idea de que las cosas no pueden ser de otro modo.
Y sí, las cosas pueden ser de otro modo. Ya lo dijo Althusser, ya lo dijo Darín.
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