El texto se titula exactamente "Plataforma para la recuperación del pensamiento crítico", aparecIó hoy miércoles 4 en un blog
y ya empieza a producir críticas, adhesiones, chanzas: maneras del
debate. Quiero reproducirlo porque -más allá o más acá de los
desacuerdos que pueda tener con él- es uno de los primeros intentos de
un grupo de "intelectuales y artistas" de encontrarse fuera del paraguas
del oficialismo o de los partidos tradicionales.
Entre sus primeros firmantes están Héctor Bidonde, Roberto Gargarella, Lucrecia Martel, Gabriela Massuh, Luis Felipe Noe, Beatriz Sarlo,
José Miguel Onaindia, Yaco Tieffenberg, Guillermo Saccomano, Norma
Giarracca, Eduardo Iglesias Brickles, Diana Kordon, Alba Lancillotto,
Adriana Lestido, Herman Schiller, Manuel Callau, Maristella Svampa,
Osvaldo Tcherkaski, José Emilio Burucúa, Lucila Edelman y varios más.
Hay algunos que siempre fueron críticos del kirchnerismo y otros que,
hasta hace muy poco, adherían a él: en ese sentido, la Plataforma parece
uno de los primeros síntomas de la incomodidad que ciertas medidas del
gobierno, como la Ley Antiterrorista y la escalada de represión, ha
producido en mucha gente.
Escapar al efecto impositivo de un discurso hegemónico no es una
tarea fácil. Pero es necesario y posible generar una voz colectiva que
enuncie este problema y lo transforme en acto de demanda.
Si algo nos
define como intelectuales es pensar sobre el mundo y la sociedad en la
que vivimos, poner en cuestión los problemas que nos plantea, promover
el debate de ideas, intentar leer más allá de la letra manifiesta y
visibilizar lo oculto, tratar de salir de la mera apariencia de los
efectos para bucear en las causas que los determinan. En síntesis,
sostener nuestra capacidad y conciencia crítica y manifestarla, romper
el silencio, como paso imprescindible hacia un accionar colectivo y
transformador.
No encontramos este ánimo en algunos trabajadores del campo de la
cultura, a quienes hemos respetado y queremos seguir respetando, pero
que al colocarse como voceros del gobierno han producido una
metamorfosis en relación con su historia y su postura crítica.
Nos encontramos ante verdaderos escándalos de diferente naturaleza
y calidad, que tienen como denominador común la impunidad en relación
con las responsabilidades de quienes nos gobiernan.
Y de manera
paralela, asistimos a la construcción de un relato oficial, que por vía
de la negación, ocultamiento o manipulación de los hechos, pretende
investir de gesta épica el actual estado de cosas.
Javier Chocobar, Diego Bonefoi, Nicolás Carrasco, Sergio Cárdenas,
Mariano Ferreyra, Roberto López, Mario López, Mártires López, Bernardo
Salgueiro, Rosemary Chura Puña, Emilio Canavari, Ariel Farfán, Felix
Reyes, Juan Velázquez, Alejandro Farfán, Cristian Ferreira. Vemos crecer
la lista de los asesinados. Muertes que en su repetición no dejan de
asombrarnos. Muertes que van cubriendo toda nuestra geografía. Muertes
que, lejos de ser inocentes, marcan un encarnizamiento represivo que no
puede ser negado ni atribuido a lejanas decisiones para
desresponsabilizar al gobierno central. Ahora descubrimos que desde 1994
somos un país federal, y que por lo tanto las muertes dependen de las
policías provinciales, o de los caciques locales. Curiosa apelación al
federalismo, cuando es el gobierno nacional el que ejerce el
centralismo unitario y decide de hecho los presupuestos provinciales,
el que resuelve candidaturas, impone ministros y se abraza con los
gobernadores casi al mismo tiempo de ocurridos los hechos.
Muchas de las últimas muertes están vinculadas a la carencia de
tierra, y detrás de cada nombre hay una historia de vida que se remonta
a la histórica lucha de los pueblos originarios contra el despojo del
que han sido objeto. El proceso de concentración de la propiedad de la
tierra y la soja-dependencia de los últimos ocho años son un correlato
en el presente de aquel despojo, que el discurso oficial oculta.
El “relato” hegemónico pretende imponerse sobre la materialidad y
el valor simbólico de estas muertes. Efectivamente, en torno a estos y
muchos otros hechos se elabora un discurso oficial que construye
consensos, porque aparenta dar cuenta de una serie de necesidades
sociales y reivindicaciones nacionales mientras se afianza la
persistencia de lo mismo que aparenta cuestionar.
Este relato disciplinador y engañoso utiliza la potencia de los
recursos comunicacionales de que dispone crecientemente el gobierno
para ejercer control social mediante la inducción de mecanismos
alienatorios sobre las formas colectivas de la subjetividad.
Quieren aparecer como actores de una gesta contra las
“corporaciones”, mientras grandes corporaciones como la Barrick Gold,
Cerro Vanguardia, General Motors, las cerealeras, los bancos o las
petroleras – y el propio grupo Clarín, hoy señalado como la gran
corporación enemiga – han recibido enormes privilegios de este
gobierno.
Quieren también aparecer como protagonistas de una histórica
transformación social, mientras la brecha de la desigualdad se
profundiza. Y cuando la realidad se impone sobre el “relato”, los
voceros oficiales y oficiosos del gobierno sostienen que se trata de
“lo que falta”. Según los intelectuales reunidos en Carta Abierta, “lo
que falta” sería – más allá de las “asignaturas pendientes” que
estarían dispuestos a admitir – una cuestión de “imaginación política”.
Y lo que es evidencia y síntoma de lo que no sólo no se transforma
sino que se profundiza sería – como en el fenómeno de las placas
tectónicas - algo así como restos traumáticos del pasado en el interior
de un proceso transformador, que reaparecen una y otra vez.
El contenido de la producción ideológica oficial se inscribe en
una metodología. La discusión de ideas es sustituida por la
descalificación del interlocutor y toda disidencia es
estigmatizada. Trivialización del debate, bravata “intelectual”,
sacralización de sus referentes con independencia de las acciones que
producen, son sólo algunas de las modalidades en las que se expresa el
intento de imponer un discurso único.
Cuando desde los medios públicos
se utiliza la denigración de toda voz crítica por medio de recortes de
frases, repeticiones, burlas y prontuarización como procedimiento
intimidatorio y se invalida a esas mismas voces cuando se expresan en
otros medios, se produce una encerrona que por una u otra vía sólo
promueve el silencio.
Hoy la homogeneidad discursiva empieza a estar atravesada por
algunas filtraciones que la erosionan: el relato épico ha iniciado un
proceso de cierto desenmascaramiento. La asociación entre derecho de
huelga y extorsión o chantaje, o la justificación de la sanción de la
ley antiterrorista, serían expresiones paradigmáticas de este fenómeno.
A pesar del afán disciplinador del discurso hegemónico, es nuestra
responsabilidad como intelectuales y trabajadores de la cultura romper
el silencio que pretende amordazar el pensamiento crítico y promover un
debate transformador de los grandes problemas que plantea el presente.
Es necesario. Y es posible.
Entre sus primeros firmantes están Héctor Bidonde, Roberto Gargarella, Lucrecia Martel, Gabriela Massuh, Luis Felipe Noe, Beatriz Sarlo,
José Miguel Onaindia, Yaco Tieffenberg, Guillermo Saccomano, Norma
Giarracca, Eduardo Iglesias Brickles, Diana Kordon, Alba Lancillotto,
Adriana Lestido, Herman Schiller, Manuel Callau, Maristella Svampa,
Osvaldo Tcherkaski, José Emilio Burucúa, Lucila Edelman y varios más.
Hay algunos que siempre fueron críticos del kirchnerismo y otros que,
hasta hace muy poco, adherían a él: en ese sentido, la Plataforma parece
uno de los primeros síntomas de la incomodidad que ciertas medidas del
gobierno, como la Ley Antiterrorista y la escalada de represión, ha
producido en mucha gente.
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