Por Pablo Solana.
No es la secuencia de una película de
acción, ni una crónica del accionar de las "maras", pandillas armadas en
Centroamérica. Se trata del Gran Rosario, por estos días: cinco pibes
fueron asesinados. Pero también son jóvenes sus matadores. Una juventud
empujada al abismo que encuentra salida en la organización comunitaria y
la militancia.
Facu, de 18 años, fue acribillado de 8 disparos por Maxi, de 24, tres días antes de fin de año. Leonel Danonino, de 17, manejaba la moto desde la que el Negro Ezequiel, de 22, disparó en represalia contra el primero, que iba con su novia Sofía y una amiga en un BMW, en Año Nuevo. Maxi, con tres tiros en el cuello, ordenó la masacre que acabó, en un sinsentido, con la vida de Jere, de 17, el Mono, de 19 y Patón, de 21, ejecutados a pura ráfaga de ametralladora por una banda integrada por Damiancito, de 21 y Oscarcito Teletubi,
de la misma edad (la policía lo confundió con otro pibe apodado igual,
Ariel, de 17, preso esa misma noche por el robo de un departamento).
Después, el Negro Ezequiel, para escapar, volvió a abrir fuego
contra los matones de los pibes, con su 9 mm. Casi en simultáneo, cerca
de allí, por otras causas, en el barrio La Tablada, Ale, de 15, fue acribillado desde otra moto, y Ramón, de 24, recibió balas mortales en Empalme Granaderos (1).
La
secuencia que envolvió a los asesinatos de los pibes del Frente Darío
Santillán en el barrio Moreno del gran Rosario, junto a los otros dos
crímenes de aquella noche, suma cinco víctimas a una violencia constante
contra la juventud en las barriadas humildes, que en Santa Fe encuentra
a bandas narcos y complicidad policial como factores claves, y sumó 140
casos en el último año (2). La militancia barrial de Jere, Mono y Patón y
la organización popular de base que reaccionó disputando la versión
mediática oficial y convocando a movilizar, fueron fundamentales: es
posible que, en este caso, el alcance nacional del escándalo pueda
lograr que las autoridades reaccionen. Pero son pibes también los
matadores (los mencionados al principio, de 18, 21, 24 años): las bandas
narcos reclutan sin problemas entre nuestra juventud a sus brazos
ejecutores, a los muchachos que se sienten aprendices de gangster y, por el privilegio de manejar un BMW en la villa (del jefe de la banda, o, como en este caso, del abogado) (3), se vuelven capaces de acribillar a otros pibes con los que, quizá, se hayan criado juntos.
Plata fácil, autos caros, amparo de sectores del poder, les ofrecen
los narcos a los pibes de los barrios donde nada sobra, donde muchas
necesidades básicas están descubiertas. Plata fácil, autos caros, poder…
¿No es acaso esa la ostentación de tanta dirigencia política, de los
ricos de esta sociedad, de la lógica con la que machacan los medios de
comunicación hegemónicos? Ese es el horizonte que propone esta sociedad
de consumo, el sistema capitalista, mientras cínicamente condena a la
exclusión crónica a poblaciones enteras de barrios como Moreno, La
Tablada o Granaderos, donde las familias de estos pibes siguen
reciclando subsidios o asignaciones familiares sin trabajos dignos ni
futuro mejor a la vista. El sistema pone un horizonte de ostentación
mientras condena a los pibes a verse privados de todo. Las bandas narcos
no hacen más que ofrecer un atajo.
Criminal, de corto vuelo,
fratricida: pero atajo al fin. En Rosario, o en la provincia de Buenos
Aires (el gatillo fácil y la desaparición de Luciano Arruga), o con las
policías bravas de Mendoza y tantas otras, estas situaciones, aunque
gravísimas, aún distan de la realidad de control territorial que estas
bandas logran en las favelas de Brasil, o en poblaciones de Colombia o
México, donde narcos con sus sicarios son la verdadera “autoridad”,
ocupando el espacio que dejó vacante el Estado, controlando vía
corrupción a las fuerzas de seguridad. Pero la lógica es la misma: ante
la desatención estatal, crecen opciones de control territorial que
muchas veces logran, a fuerza de los dineros del crimen organizado y las
prebendas, niveles de legitimación en las comunidades donde “mandan”.
La organización barrial de base, una alternativa emancipatoria
El
caso de Rosario muestra una particularidad, que se vuelve extensible a
otras barriadas de nuestro país, y quizás marque uno de los mejores
anticuerpos ante estas escaladas criminales con amparo policial,
disputando el control en las barriadas: la militancia popular de base en
los barrios humildes. El Estado (municipal o provincial, de un signo; o
nacional, de otro: da lo mismo) no llega o llega mal, con subsidios
para los pobres apenas para evitar el estallido. La Asignación Universal
por Hijo logró transferir un ingreso mínimo a las madres de familia, y
algunos planes cooperativos generaron focos (insuficientes) de trabajo
temporario para los desocupados.
Pero el Estado y los medios de
comunicación hegemónicos tienen en la estigmatización, la
criminalización y el accionar policial la principal política hacia la
juventud pobre. No hay, a nivel nacional, políticas sociales o de
inclusión para ellos. Estos pibes que no se benefician de la AUH ni
tienen la edad o el oficio para integrar una cooperativa de
construcción, no encuentran como propuesta del Estado ni escuelas de
oficio ni fomento al deporte ni propuestas de contención cultural o
educativa.
Son en cambio las organizaciones populares, como en el barrio Moreno,
las que generan políticas no sólo de contención, sino de aliento a la
participación, al reconocimiento y protagonismo de una juventud que, por
esencia, se muestra rebelde, busca desafiar lo establecido, más cuando
lo establecido es tan hostil a su mera existencia. El Centro Comunitario
inaugurado por los pibes días antes del 20 de diciembre en el barrio
Moreno, es el quinto que el Movimiento 26 de Junio (M-26) (4)
construye en el Gran Rosario. Allí convoca a las asambleas barriales,
después de un año de funcionar de prestado en el patio de la casa de un
vecino. La puesta en marcha de una rotisería comunitaria como
posibilidad laboral, o una banda de cumbia, eran temas de debate de los
pibes en el Movimiento. Pero no se trata sólo de trabajo social: el
M-26, como parte del Frente Popular Darío Santillán, propone talleres de
formación política en los barrios, y mantiene lazos orgánicos con la
CTA local y las agrupaciones universitarias que, después de años de
combinar disputa estudiantil y militancia barrial lograron, en 2011, la
conducción de la Federación Universitaria (FUR).
Los pibes del barrio
que asomaban a la militancia iban asimilando esa perspectiva política,
sabiendo que la participación en los proyectos del Movimiento es una
alternativa al destino de tragedia que les espera a otros de parte de
las bandas de delincuentes que se extienden en la disputa territorial.
La cumbia, explicaba el Patón con intuición estratégica, sería “para cagarnos de risa, pero también para sacar a los pibes de la esquina”.
El Campamento Nacional de la Juventud “Darío Santillán”, un mes
atrás, entusiasmó a los pibes del barrio Moreno, que participaron
activamente (ver foto que abre este artículo). Allí Jere, Patón y El Mono
conocieron a más de 500 jóvenes de distintas ciudades del país,
entremezclaron sus saberes de barrio con los de otros jóvenes
universitarios, escucharon los relatos de otras realidades, y
reafirmaron su compromiso militante: a partir de los debates en los que
participó, Patón se propuso para participar de una brigada juvenil de ayuda en la comunidad de Ibarreta, en el norte formoseño.
Juventud y política
Las
asambleas en Centros Comunitarios, pero también la militancia política
como horizonte de transformación y rebeldía para estos pibes, deben
entenderse no sólo como la propuesta de tal o cual organización para
“sumar militantes”. Actividades como el Campamento Nacional de la
Juventud se convierten en trincheras de lucha contra la exclusión, pero
también en alternativas al sistema capitalista que los mantiene como
población sobrante y amenaza latente.
Los centros comunitarios y
cooperativas de base, llevados adelante por pibes que toman consciencia
en actividades políticas y militantes, pueden convertirse además en
freno a la organización criminal en los barrios, que encuentra en el
poder político y policial las complicidades necesarias para avanzar.
La relación entre “juventud y política”, tan mentada y tan manoseada
también a partir de la orientación exclusiva que desde el gobierno se
propone, asociando militantes jóvenes a la renovación de funcionarios
onerosamente rentados, tiene en la historia del barrio Moreno otra
dimensión, más profunda, reveladora.
Los padres de los pibes, también
integrantes del Movimiento, tomarán contacto con Alberto Santillán,
quien ya lleva 10 años de lucha contra la impunidad por el asesinato de
su hijo. Fue el propio Alberto quien, en una solicitada, meses atrás
remarcó: “Hoy se habla de ´juventud y política`, pero es necesario
no olvidar el compromiso de todos aquellos jóvenes, como Maxi y Darío,
que se involucraron a pleno en la “política”, no en la politiquería de
escritorio, sino en la lucha junto a los que menos tienen tras la idea
de un Cambio Social que acabe de raíz con un sistema injusto que se
ensaña con los más débiles”.
"La arcilla fundamental de nuestra obra es la juventud”, explicaba el
Che, que ahora acompaña a los pibes de Moreno desde algunas remeras,
afiches en los locales del Movimiento, pero sobre todo desde el estudio y
la militancia. “Juventud, divino tesoro”, escribió el poeta
Rubén Darío, aunque los pibes, si conocen el verso, será más a partir de
la canción de Sumo que todavía suena en las radios. Hoy, la juventud de
los barrios pobres es un tesoro que el sistema pisotea, un tesoro que
la militancia popular tiene la tarea inexcusable de rescatar.
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