Por Mario Wainfeld
“Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer
lo que la ley no manda ni privado de lo que ella no prohíbe”, establece
(liberal en lo político) el artículo 19 de la Constitución. Nadie está
obligado a renunciar a los subsidios para consumidores de servicios
públicos ni es lícito impedírselo.
El Gobierno, en una medida que funge de convocatoria a voluntarios
condimentada con algo de chicana remitida a quienes le exigían esa
medida, abrió el susodicho registro (ver asimismo nota principal). La
página web es amigable, cuenta con un buen repertorio de preguntas
usuales y orienta para “leer” las boletas. Pide pocos datos.
Un
ciudadano-usuario medianamente torpe, que tipee con dos dedos y propenda
al error en la transcripción de números (como el cronista) no tarda ni
diez minutos en completarlo. La confirmación llega de volea a su casilla
de mails, escueta y fundada: “La registración ha sido correcta. Su
número de trámite es el ***.
Su acto solidario le permite al Estado
nacional mediante esta política pública garantizar la universalización
del acceso a los servicios básicos como gas, electricidad y agua potable
para todos los ciudadanos del país. Muchas gracias. Presidencia de la
Nación”.
Ojalá así fuera, aunque el primer día de inscripción confirma las
presunciones anticipadas por el cronista.
Los espontáneos que dan el
paso al frente son, para una masa de millones de usuarios, una pequeña
minoría. Un colectivo previsible, más vistoso que masivo.
Abundan sí nombres conocidos: funcionarios, famosos de la farándula o
el espectáculo, periodistas, empresarios. Susana Giménez renuncia
aunque vive en uno de los barrios en los que se mocharon los subsidios:
una diva redundante.
Un lector agudo sugiere al cronista quitar de oficio los subsidios a
gobernadores, legisladores nacionales, jueces de la Corte Suprema y de
Tribunales inferiores. Gentes de buenos ingresos, que podrían dar el
ejemplo. La iniciativa, edificante, podría contradecir al artículo 19 de
la Carta Magna. Y los jueces, que han convertido en tótem la regla de
la intangibilidad de sus ingresos (tanto que se emperran en el
privilegio no pagar el Impuesto a las Ganancias), acaso pondrían el
grito en el cielo. Plenamente voluntarias son (y deben ser) las
renuncias.
Lo concretado hasta hoy deja poco margen al pataleo. Pero, para ser
francos, la equidad es sólo una parte de los móviles del cambio de
régimen. La finalidad preponderante es reducir la inversión fiscal o (se
verá) reorientarla. En ese aspecto, la aplicación a grandes empresas y
usuarios domiciliarios con potencial económico para bancarlos tiene un
impacto fiscal no irrisorio, pero tampoco suficiente.
La futura remisión de formularios a millones de personas es una
acción compleja que exigirá la sintonía fina a la que aludió la
Presidenta en su discurso del martes.
Autoexcluirse es simple, ya se contó. Las renuncias tácitas por no
responder al formulario en dos ocasiones también podrían serlo... en
principio. Habría que abrir una hendija para el error del ciudadano,
para casos de ausencia del domicilio y “n” situaciones particulares o
hasta anómalas que siempre aparecen ante una acción masiva.
El cruzamiento de datos respecto de los que pidan continuar
subsidiados y (ni qué hablar) medidas de control tales como visitas
domiciliarias pueden implicar una parafernalia de empleados públicos
trabajando y arduas decisiones prácticas.
Hasta acá, el Gobierno avanza dos casilleros, sin obstáculos y con
cero contradicción con principios equitativos. Internado en la jungla
del número, otro gallo cantará. Se verá de cerca que los subsidios
distan de ser un veneno o un engendro de Satanás. Son una herramienta de
política económica con ciertas derivaciones positivas (básicamente
dejar a ciudadanos de a pie más plata en el bolsillo para dinamizar el
mercado interno). Se entrará en una zona gris, mucho más peliaguda de
definir que el conjunto de quienes fueron interpelados hasta ahora. Los
tiempos de implementación serán otros, el (irrenunciable) deber estatal
de “garantizar la universalización”, mucho más exigente.
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