EL DIAGRAMA DE PARETO

Vilfredo Pareto fue un economista que hace un siglo, entre muchos aportes, formalizó algunas ideas valiosas para cualquier organización compleja que busque mejorar su eficiencia. 
Escrito por Enrique Mario Martinez
Hasta hoy se utiliza, en infinidad de situaciones y campos, su criterio de identificar los problemas a resolver y asignar una medida de relevancia, partiendo de la base sistemática que un pequeño número de cuestiones centrales tienen el 80% de importancia y un cúmulo de cuestiones menores el 20% restante. Por lo tanto, esa primera tarea de clasificación sirve para separar lo principal y lo secundario.
La administración del uso de divisas en el comercio exterior es una situación ideal para aplicar los criterios de Pareto. El alto grado de concentración, que lleva a que un puñado de empresas representa más del 60% tanto de las exportaciones como de las importaciones, agregado al hecho que la mayoría de esas empresas son filiales de trasnacionales, con su centro de interés en otros países, sugiere con fuerza que es allí donde hay que concentrar los controles y las estrategias de sustitución de importaciones o de promoción de exportaciones.
Pareció anunciarse eso cuando comenzaron los necesarios controles.
No obstante, no es eso lo que se hace.
El sistema ha derivado hacia un escenario donde cada importador, por pequeño que sea, debe compensar por sí mismo las divisas utilizadas con otras generadas a través de la exportación.

Esta decisión ha llevado a los ya difundidos intentos de exportar aceite de oliva para poder importar rulemanes o vender mosto de uva para traer autos de alta gama, como muestra de un catálogo infinito de variantes. Es inexorable que por tal camino los más pequeños se desalienten, lo cual no tiene por qué ser negativo cuando se trata de puros intermediarios comerciales, pero tiene efectos perniciosos cuando se trata de unidades industriales que pueden llegar a parar cadenas de valor relevantes por la ausencia de algún componente pequeño.

El límite por el absurdo de esa lógica que debe poner incómodo en su tumba a Pareto es la decisión de la AFIP de que cada club de futbol debe tener un balance de divisas equilibrado o positivo en sus transferencias de jugadores. Decidir esto club por club en un país con exportación neta de deportistas profesionales y con instituciones que habitualmente solo pueden comprar si primero venden, implica poner gente a llenar planillas que luego otros controlan inútilmente, gastando dinero en sueldos de manera enteramente ineficiente, para un trabajo sin sentido antes de su propia definición.

Cualquier control en línea y de detalle de las exportaciones de las grandes cereales, evitando la triangulación y la subfacturación consiguiente, debería producir más efecto positivo que el sistema de regulación donde miles de pymes aguzan su ingenio para demostrar que no tienen balance negativo, con montañas de papeles, reuniones y gestiones reiteradas.
Si a ese control se agregara un trabajo similar con las importaciones electrónicas y automotrices, además de las exportaciones mineras y de petróleo, el resultado no solo sería mejor, sino que una política de sustitución de importaciones se podría diseñar sobre bases más precisas que la mera exhortación a los empresarios.

¿Por qué sucede esto?
No sugiero ni creo que es por simple incompetencia. Creo que es porque se mantiene inercialmente una lógica de la administración pública donde el ejercicio de un poder concentrado y notorio tiene más importancia que los buenos procedimientos. Sería largo aquí de detallar como este concepto del uso del poder viene de hace décadas y corta horizontalmente el espacio público, desde las negociaciones salariales, pasando por la omnipotencia de las asesorías legales o las direcciones de administración, hasta la forma en que se piensa el circuito administrativo de un formulario.
Lamentablemente, hay temas más críticos que otros y la regulación de las importaciones – que reitero creo absolutamente imprescindible – es un área fundamental.
Tal vez sea el momento, ya que estamos en período electoral de inventar una consigna irreverente y tal vez poco comprensible para el gran público:
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