Un ministro se quiere ir

En esos tres minutos de video está casi todo. El funcionario –ministro de Economía, dice su carnet, aunque a nadie le consta– debe contestar las preguntas de una periodista televisiva y griega. El ministro da cifras que no cree y las da mal, dubitativo
Por: Martín Caparrós
La periodista, falsa ingenua, le pregunta por la inflación en la Argentina. El ministro balbucea, dice que por supuesto las cifras son las oficiales y que esa es la única posible y que solo esa repartición tiene los medios técnicos para hacerlo -pero no dice ninguna cifra, supongo que le da vergüenza. 


Entonces la falsa ingenua periodista le dice que claro pero que cuánto es, y el ministro cada vez más balbuciente dice que cree que el acumulado del último año debe ser diez punto dos, dice, diez coma dos, más o menos, puede que me equivoque en el decimal, dice, "o algo por el estilo". Pero entonces la periodista le pregunta si esa es la inflación verdadera, porque el FMI la ha cuestionado; el ministro quiere decir que sí pero no le sale. Quizá algún prurito contra la posibilidad de una mentira tan visible, quizá mera bruticie. Lo cierto es que intenta contestar, se corta, dice no, me quiero ir. En medio de la entrevista, con la cámara encendida, como un nene chiquito en una fiesta fea, el ministro dice que se quiere ir -y lo repite: me quiero ir, me quiero ir. Entonces su ayudante de prensa le explica a la periodista que esas preguntas no se hacen: "La verdad que... hablar de la inflación cuando nosotros no hablamos, ni con los medios argentinos, de la inflación...", le dice, pero tampoco consigue terminar su frase. 

En tres minutos, casi todo: para empezar, la inepcia extraordinaria de un señor que trampea los datos económicos desde hace años y todavía no sabe cómo explicarlo. Para seguir, la sorpresa de un funcionario porque una periodista se atreve a hacerle una pregunta –la más obvia, la obligada. Por fin, la omnipotencia necia de un gobernante que cree que si corta la entrevista en plena entrevista, ante la cámara, la periodista va a ser tan servil como tantos colegas locales y no lo va a mostrar. Porque, parece, lo han mal acostumbrado.

Digo: la inepcia más la imprevisión más la omnipotencia más el acostumbramiento a su propio poder, el coctel justo para un autoritarismo de tercera. Y, para los que lo vemos, la sensación de que estamos gobernados por tarados.

El ministro, por fin, dijo que se quería ir -y sintetizó, magistral, lo que muchos argentinos sentimos al verlo.

Solo que a él nadie –terriblemente nadie– se lo impide.
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