Chávez pasó a ser parte de la historia fascinante y contradictoria del continente americano.

El monstruo de la boina roja
Murió. Nadie gana esa batalla. Ni el comandante Hugo Rafael Chávez Frías. Ni siquiera la revolución bolivariana puede crear antídotos contra la parca que hiere con la misma impunidad al campesino y al general. 
por Reynaldo Sietecase
@chavezcandanga, como lo conocen sus 4,2 millones de seguidores en twitter, pasó a ser parte de la historia fascinante y contradictoria del continente americano. La polémica seguirá mordiendo su recuerdo.
La noticia de su deceso tiene relevancia mundial. Su presencia fue clave en la conformación del bloque sudamericano y su desaparición física plantea nuevos desafíos.

 Junto a Lula y Néstor Kirchner conformaron un frente monolítico frente a las aspiraciones comerciales de los Estados Unidos en la región. La alianza estratégica consolidó los organismos regionales que tienen ahora una vitalidad inusitada. La cancillería brasileña fue la gran arquitecta de esa construcción geopolítica. En gran medida, América latina es zona de paz a partir de ese entendimiento. La relación personal entre los presidentes pasó, como nunca antes, a ser una herramienta de política internacional.

Auxilió con diversos préstamos a la Argentina cuando la plata del exterior era escasa y nadie quería prestarnos un dólar. Desde entonces el intercambio comercial ganó en volumen pero también en desprolijidad. Hubo mucho más que “vacas por petróleo”. Negocios cruzados y hasta valijas detenidas en la aduana. Incluso financió a ONGs y grupos sociales con plata en efectivo. Logró sumar a Diego Maradona en su rechazo a George Bush en el histórico encuentro de presidentes americanos en Mar del Plata. “Alca, Alca, Al carajo!”, arengó frente a un estadio repleto. Se convirtió en un socio tan importante como inasible.

Miles de venezolanos lo lloran. Otros tantos celebran su muerte. En especial aquellos que no pudieron vencerlo en las distintas contiendas electorales en las que se presentó (ganó trece de las catorce elecciones nacionales que disputó). El presidente venezolano se presentaba como “soldado Bolivariano, socialista y antiimperialista”. Le gustaban las consignas y las exageraciones. Desde 1999 condujo los destinos de su país con mano férrea. Con muy poco le alcanzó para diferenciarse de los gobiernos que lo precedieron. Era un populista al que no le molestaba demasiado que le enrostraran ese calificativo. No dudó en limitar libertades individuales “en nombre de la justicia social”. Hostigó a sectores del empresariado y arrinconó a los opositores y a la prensa. Removió viejos privilegios e inauguró otros.

En ocasiones actuó al límite de la ley. Bajó la pobreza en un cincuenta por ciento pero no eliminó la desigualdad. Creó empleos y mejoró salarios pero quintuplicó la deuda externa. Venezuela tiene uno de los mayores índices de inflación de América latina y la violencia urbana se incrementa cada año. Compite con México en cantidad de asesinatos.

Chávez se convirtió en un fenómeno incomprensible para la prensa europea y para una parte importante de la latinoamericana. Para un sector del establishment norteamericano fue el prototipo del neo tirano. Una suerte de monstruo marxista dispuesto a todo. Décadas de neoliberalismo prebendario, centenarias injusticias, corrupción y racismo, están en la matriz de su sorprendente crecimiento político. Son datos que permiten comprender.

Más cerca de Fidel que del Che Guevara, el comandante Chávez no dejó herederos. La suya es una despedida a lo Perón, con quien se comparó en una de sus primeras visitas a la Argentina. Los venezolanos tendrán que aprender a convivir con la presencia de su ausencia para luego decidir el destino del país. Ellos tienen la última palabra.
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