Por Reynaldo Sietecase
Ni tan calvo ni con dos pelucas. Ni Hugo Moyano está al borde del
retiro efectivo de la CGT, ni los empresarios tienen motivos para
festejar la Navidad de manera anticipada.
Ni la quita de subsidios es una cruzada solidaria ni tampoco un ajuste despiadado. Ni la economía está en calma y con todas las variables controladas, ni se está cerca del desmadre.
Ni la quita de subsidios es una cruzada solidaria ni tampoco un ajuste despiadado. Ni la economía está en calma y con todas las variables controladas, ni se está cerca del desmadre.
En su lógica binaria, un sector de la prensa interpreta
que Cristina Kirchner esperó obtener un rotundo triunfo electoral para
reivindicar al liberalismo económico a fuerza de tarifazos y ajustes,
imponer límites a los gremios y concesiones a los industriales. La
mirada más que maliciosa es tonta.
La relación entre la Presidenta y Moyano pasa por su peor momento.
Pero afirmar que desde el gobierno impulsan el relevo del camionero de
la cúpula de la principal central obrera del país es temerario. No
existe un nombre alternativo al del camionero y, además, la capacidad de
influencia del oficialismo en la interna gremial es relativa. Esto lo
saben Gordos y Flacos.
La representatividad de un dirigente sindical no
depende del humor de un gobierno. Con todo, en sus últimos discursos
Cristina Kirchner decidió marcar el territorio ante el único dirigente
de su partido que, sin dinamitar nunca la alianza que los une, le
disputa poder real.
Los peldaños de la escalada fueron muchos y variados: el anuncio de
un paro con movilización a Plaza de Mayo ante un exhorto internacional
que después se abortó; la reacción corporativa en defensa de Gerónimo Momo
Venegas; las amenazas de movilización en reclamo de la modificación del
mínimo no imponible (una cuestión que sólo afecta a los gremios que más
ganan); el apoyo a los técnicos aeronáuticos cuando el gobierno pidió
la suspensión de su personería gremial; la exigencia de una ley que
distribuya las utilidades de las empresas “por los diarios” y las
medidas de acción directa como bloqueos o piquetes a plantas y empresas.
La presidenta redobló la apuesta. Aniquiló el debate legislativo
sobre el reparto de utilidades de las empresas y lo condenó a las
discusiones paritarias. En el gobierno reconocen que se trata de una
reivindicación razonable y constitucional pero la califican de
inoportuna ante la situación económica que se avecina. Varias veces se
refirió con ironía al “compañero Hugo”. Hasta dónde llegará la
confrontación es un misterio. Es una pena que la definición de un nuevo
modelo sindical, más democrático y transparente, esté fuera de la
discusión.
En la misma semana, Cristina Kirchner respaldó también a la cúpula de
Aerolíneas Argentinas y fustigó a pilotos y técnicos aeronáuticos. La
palabra que más utiliza para definir la actitud sindical es ingratitud.
“Si el Estado no intervenía para recatarla Aerolíneas no existiría”,
repite en público y en privado. Con esa idea, anunció cambios y recortes
en la empresa y prometió más productividad, austeridad y eficiencia.
La
gran apuesta es a achicar el déficit. Para que sea eficaz la consigna
debe abarcar desde el primero al último de los empleados. El pedido de
concurso de American Airlines, después del fracaso de un acuerdo laboral
con los pilotos, fue el ejemplo elegido por los funcionarios que
volvieron a cruzar espadas con los gremios.
Más allá de la crisis que
vive la tercera aerolínea norteamericana, es necesario señalar que no
son pocas las empresas aéreas que tienen resultados positivos. En buen
romance no todo lo que vuela da pérdidas.
El titular de los técnicos no se privó de lanzar más leña al fuego.
Ricardo Cirielli comparó las medidas del gobierno con las de una
dictadura militar. El último dirigente que utilizó una analogía
semejante fue un empresario.
En referencia al proyecto de Ley de
Servicios Audiovisuales, Daniel Vila consideró al kirchnerismo “peor que
la dictadura de Videla”. Para esa época el dueño del Grupo América
mandó a distribuir entre los empleados de su canal unas pulseras con la
leyenda “hasta K”. No hace tanto tiempo.
Más lejos o más cerca del calor oficial, los empresarios no deberían
apurarse a celebrar. Si bien la presidenta hizo otros gestos a favor de
sus planteos históricos: anunció ante empresarios de la construcción que
se revisaría la llamada doble vía judicial en los juicios laborales (a
la ART y a la empresa), entre otras cosas.
También volvió a reclamar más
inversiones y por el origen nacional de los insumos. Hace una semana,
les pidió que reinviertan sus ganancias en el país y, a través de sus
ministros, anunció más controles a la evasión. En la cena de la UIA
señaló, sin nombrarlas, a dos empresas que utilizaron el dinero que
recibieron con créditos a tasas subsidiadas para especular con moneda
extranjera. Un ejemplo de capitalismo “Made in Argentina”.
Cómo pararse frente a las corporaciones y frente a los reclamos
sectoriales en el momento más complicado desde el 2003. La eliminación
de subsidios y prebendas requiere de inversión privada y obra pública.
Ésa es la fórmula. En el gobierno saben que los aumentos de servicios y
tarifas tendrán, a partir del año próximo, como telón de fondo la puja
salarial. Daniel Scioli y Mauricio Macri hicieron sus propios anuncios
de incrementos. No parece el mejor escenario para luchar contra la
inflación.
En tanto, la campaña para que aquellos ciudadanos que puedan pagar
rechacen los subsidios está a pleno. Funcionarios y famosos demuestran
su altruismo ante las cámaras. Se trata de un gesto de conciencia que
bien podría prescindir del estruendo. Lo razonable es que el Estado
realice la poda con precisión y rigor, evitando inequidades y
preservando a los sectores más vulnerables.
Para eso no hace falta la
televisión. Durante años se amparó a bancos, mineras y casinos, entre
otros sectores, de manera inexplicable. Si se está en busca de ejemplos,
se podría propiciar una reforma fiscal que tienda a lograr mayor
igualdad haciendo tributar más a los que ganan más y a los que tiene
más.
Es difícil de explicar por qué razón, después de ocho años de
gobierno, no se impulsó una reforma fiscal. O sobran pelados o faltan
pelucas.
Nota publicada en Diario Z en la edición del 1.12.2011
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