La mitad de la ciudad


Por Reynaldo Sietecase
Ante un fracaso siempre es más fácil buscar la responsabilidad en los otros que en uno mismo. La política no es la excepción a esa regla. Después del revés del domingo pasado frente a Mauricio Macri, algunos referentes del kirchnerismo eligieron enojarse con los ciudadanos de Buenos Aires y salieron abiertamente a cuestionar a los votantes. Les vino como anillo al dedo la descalificación escrita por Fito Páez en una nota en Página/12: “Da asco la mitad de Buenos Aires”, señaló. Otros, como el Jefe de Gabinete Aníbal Fernández, la emprendieron contra los grandes medios de comunicación que “protegieron” a Macri, incluso, “ocultando que está procesado”. Sólo los más lúcidos debatieron sobre las razones del traspié electoral. Comprenden que esa es la única manera de revertir la historia. Lo primero es preguntarse ¿Por qué ganó Macri, y por tanta diferencia, si su gestión es de regular a mala?
Hasta los propios funcionarios del PRO reconocen las dificultades que tuvieron a la hora de gestionar. Uno de los argumentos para que el ex presidente de Boca se decidiera por revalidar su cargo fue demostrar que en un segundo mandato podía “gobernar bien”.


Funcionarios cuestionados y hasta presos;  renuncias; problemas con la justicia; escándalo por escuchas ilegales; subejecución de obra pública; fallas en la fiscalización; derrumbes con muertos; conflicto con los estudiantes por el estado de las escuelas; falta de insumos y equipos en los hospitales; promesas incumplidas en la construcción de Subtes; son apenas parte de una enumeración más extensa.
Entonces ¿por qué ganó?
¿El resultado es achacable “al voto conservador”, “a la ciudad gorila”, al “egoísmo de los porteños”, “al antikirchnerismo”? Por supuesto que no. Páez lanzó una provocación. Un artista puede, y hasta debe, recorrer esos caminos. Un político no.
El músico hizo una simplificación no muy distinta a las que abundan en los medios de comunicación cuando relacionan militancia con clientelismo. Del cuño de las que lanzó Mario Vargas Llosa cuando vinculó, de manera binaria, peronismo con corrupción.
Los prejuicios no son patrimonio de la derecha.
Macri arrancó esta carrera con ventaja. Es evidente que sus asesores conocen mejor a los votantes de Buenos Aires que los estrategas del kirchnerismo. En el PRO entendieron desde el vamos que ésta era una elección local y que, aunque Buenos Aires es una megaciudad, sigue siendo más importante hablar del tránsito o el transporte que de política exterior o cuestiones ideológicas.
Macri municipalizó la campaña mientras Daniel Filmus y Carlos Tomada apostaron a nacionalizarla. Hablaron de las bondades de “estar en línea” con el gobierno nacional como la solución mágica a todos los problemas. El Jefe de Gobierno, además, acentuó su papel de víctima y asignó sus imposibilidades a la confrontación con el gobierno central. Logró presentarse como víctima de una suerte de complot nacional que le impide gobernar de manera eficaz.
Otra cuestión es el discurso. No sorprende que sectores acomodados de la sociedad porteña se sientan más identificados con Macri. Pero qué pasa con el resto de los votantes capturados por el macrismo el domingo pasado. La loable promesa de erradicar la pobreza extrema que los candidatos del Frente para la Victoria sostienen en cada uno de los mensajes aparece como excluyente y eso no es bueno.
Es como si el gobierno nacional y, sus candidatos locales, sólo se ocuparan de “los pobres y marginales”. Por qué deberían votar a Filmus, entonces, los laburantes de clase media o media baja, que reclaman créditos baratos para la vivienda, que quieren dejar de alquilar, que quieren mejor transporte, más calidad educativa y buenos hospitales.
Es paradójico, pero amplios sectores populares aparezcan excluidos del mensaje peronista. Macri tampoco los tiene en cuenta pero no les ofrece nada y, de él, nada esperan. Es sencillo saber a quién pueden querer castigar con su voto.
La distribución de fondos del Estado para la construcción de viviendas sin ningún control es una postal particularmente dolorosa para ese segmento de la población. En lo simbólico Macri no descuida a ese sector. Desde las alusiones futboleras a la idea de tocar timbre en los barrios para hablar con los vecinos; desde el estilo descontracturado a los festejos donde suena Gilda y sus cumbias.
La elección de los candidatos. Después de mucho debate, Jaime Durán Barba, el asesor electoral ecuatoriano, impuso su criterio y Macri descartó la candidatura presidencial y se decidió por la reelección en la ciudad. El PRO fue, en definitiva, con el mejor candidato posible.
En el Frente para la Victoria, Filmus fue sometido a una suerte de competencia previa con Tomada y Amado Boudou. Con el aditamento de que el ex ministro de Educación era la opción menos querida por la presidenta Cristina Kirchner. Finalmente, a la luz de las encuestas, se quedó con la postulación pero casi como un premio consuelo.
El senador nacional no tuvo participación en la confección de la lista de diputados porteños. A esta hora no son pocos los que se preguntan si Juan Cabandié, de intachable historia y  compromiso con la defensa de los Derechos Humanos, era el mejor candidato para encabezar esa nómina. Aníbal Ibarra y Gabriela Cerruti, dos aliados, fueron con listas propias. Jorge Telerman por separado.
¿La política de alianzas fue correcta?
Macri articuló una propuesta sin agresiones y dirigida a sumar voluntades. Hasta declaró que, “seguramente”, votantes suyos apoyarían a la Presidenta de la Nación en Octubre. Filmus eligió hablar para los convencidos. Este es una estrategia extendida en el oficialismo. Sólo se convoca a los que aplauden. Es extraño. Si se quiere ganar una elección hay que seducir a los que no están convencidos
Por su parte, los referentes kirchneristas que participaron de la campaña en la capital no escatimaron chicanas contra el ex empresario. Sus problemas de léxico, sus fallidos, sus exabruptos al borde del racismo. A esta altura deberían saber quién sale ganando cuando confrontan alegría versus enojo.
Un párrafo aparte merecen los opositores que se cuelgan “de las tetas” de Mauricio Macri. Hubo escenas patéticas. La candidata de la Coalición Cívica obtuvo el tres por ciento de los votos. Sin embargo Elisa Carrió celebró el triunfo del PRO como una epopeya propia.
Cree que será tributaria de los votos de “Mauricio”, como lo llama ahora. La candidata radical apenas llegó al dos por ciento. Ricardo Alfonsín se apuró a asegurar que votaría a Macri en el balotaje. Semanas atrás había asegurado que el líder del PRO era su límite. El hijo de don Raúl aspira a encabezar una fuerza de centroderecha y ya no tiene pudor en afirmarlo. El candidato de Eduardo Duhalde obtuvo menos del 0,3 por ciento de los votos. Parado sobre esa montaña mínima de sufragios, el ex presidente anunció el fin del kirchnerismo. Todo vale.
En la centroizquierda hubo desconcierto y mezquindad. Pino Solanas perdió la mitad de los votos del 2009, pero mantiene una importante bancada en la legislatura porteña. Es evidente que los votantes de Proyecto Sur están más cerca de Filmus que de Macri. A pesar de eso,
Solanas habló de libertad de acción para sus votantes. Una obviedad. Algo parecido hizo Hermes Binner. Claudio Lozano, primer candidato a diputado porteño por el Frente Amplio Progresista, fue más sincero y osado: “con Macri no vamos ni a la esquina”.
Habrá segunda vuelta el 31 de julio. La ventaja aparece como indescontable. Filmus y Tomada aceptaron el desafío de dar pelea,  aunque en el gobierno nacional dudan de los beneficios políticos de esa contienda. Es una actitud militante que merece respeto. Antes de volver a la acción es imprescindible reflexionar sobre las cosas que se hicieron mal para modificarlas. Frente a una derrota siempre es más fácil ubicar la responsabilidad en los otros. Es la manera más fácil pero también la menos inteligente.
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