Fuente: Miradas al Sur
El 26 de abril de este año, mediante la Resolución 1543, que lleva su firma, el ministro
de Justicia y Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, el ex
penitenciario Ricardo Casal, dispuso que la vieja Escuela de
Investigaciones de la Policía bonaerense –situada sobre el camino
Centenario, en Berazategui– pasara a llamarse “Escuela de Policía Juan
Vucetich, sede Comisario General Jorge Vicente Schoo”. Al elegir ese
nombre para un instituto de formación policial, el jefe político de la
fuerza de seguridad más grande del país tuvo un gesto de fuerte valor
simbólico que reivindica la figura de uno de los promotores del
funcionamiento de los grupos parapoliciales de la Concentración Nacional
Universitaria (CNU) de manera coordinada con la Bonaerense y bajo el
paraguas protector de sus jefes. En otras palabras, se trata de una
reivindicación del terrorismo de Estado.
A principios de 1974, luego de que Oscar Bidegain fuera desplazado y reemplazado en la gobernación de la provincia por el sindicalista de ultraderecha Victorio Calabró, el entonces inspector general Schoo fue nombrado director de Institutos de la fuerza. Una de las primeras medidas que tomó fue la de convocar a su amigo y mentor ideológico, el helenista y latinista Carlos Alberto Disandro, fundador de la CNU, para que diera clases magistrales en los cursos de Seguridad para oficiales organizados por la Escuela Superior de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Al mismo tiempo, la banda de la CNU capitaneada primero por Patricio Fernández Rivero y luego por Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio dejó de funcionar como una organización armada de ultraderecha sin vínculos con el Estado para transformarse en un grupo de tareas parapolicial que realizaba sus acciones y asesinaba a sus víctimas en zonas liberadas por la Bonaerense.
A principios de 1974, luego de que Oscar Bidegain fuera desplazado y reemplazado en la gobernación de la provincia por el sindicalista de ultraderecha Victorio Calabró, el entonces inspector general Schoo fue nombrado director de Institutos de la fuerza. Una de las primeras medidas que tomó fue la de convocar a su amigo y mentor ideológico, el helenista y latinista Carlos Alberto Disandro, fundador de la CNU, para que diera clases magistrales en los cursos de Seguridad para oficiales organizados por la Escuela Superior de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Al mismo tiempo, la banda de la CNU capitaneada primero por Patricio Fernández Rivero y luego por Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio dejó de funcionar como una organización armada de ultraderecha sin vínculos con el Estado para transformarse en un grupo de tareas parapolicial que realizaba sus acciones y asesinaba a sus víctimas en zonas liberadas por la Bonaerense.
El comienzo de una larga amistad. La relación entre Disandro y
Schoo databa de fines de la década de los ’50. El latinista y el
policía solían compartir veladas en una vieja casa de la calle 115 entre
60 y 61 de La Plata donde a principios de los ’60 funcionaba el
Instituto Cardenal Cisneros, que buscaba convocar a estudiantes
universitarios para darles formación filosófica y política. Se trataba
en realidad de un centro de captación y adoctrinamiento de nuevos
adherentes a las teorías de Disandro sobre una Argentina que sufría los
ataques de la sinarquía internacional y una Iglesia católica que, luego
de la Encíclica Populorum Progressio de Juan XXIII, había caído en manos
del judeo-marxismo.
Para el fundador de la CNU, el representante en el país de esta peligrosa avanzada era el obispo de Avellaneda, monseñor Jerónimo Podestá. En una carta de puño y letra dirigida a Perón en 1965, denunciaba: “La nueva pieza de esta OPERACIÓN DERIVATIVA Y DESTRUCTIVA es monseñor J. Podestá (…) Pero yo ya lo denuncié en 1964, como aliado del judaísmo sionista, de la masonería y otras fuerzas sinárquicas, como Usted podrá ver en mi trabajo Helenismo, Cristianismo, Judaísmo (respuesta a Mons. Podestá) y que lo obligó a replegarse un tiempo”. De esa tendencia participaban, le contaba Disandro al general, “los obispos y clérigos que hacen un planteo marxistoide, bolche, como por ejemplo monseñor Quarracino, Viscovich, el padre Mayol (del grupo bolche Tierra Nueva, y que tiene entrada en la CGT), etc. Coaliga esta tendencia varios grupos izquierdistas. Aquí se pretende captar la voluntad de vastos sectores civiles, incluidos justicialistas, que se inclinan por transformaciones violentas (tipo Yugoslavia, como propugna Viscovich). Por otro lado, obispos y clérigos, que hacen el cuento de la justicia social, sin violencia, y pretenden aglutinar la masa peronista y la conducción local haciendo un remedo interno de Tercera Posición. No le quepa duda, mi general, que Podestá es un agente de la política vaticanista y judía, es decir, representa lo que yo llamo el judeo-cristianismo”. El arzobispo de La Plata, monseñor Antonio Plaza, alentaba al futuro fundador de la CNU a escribir estas cartas.
Disandro y su amigo Jorge Schoo publicitaban estas ideas en la revista La Hostería Volante, pero el policía no se conformaba con mantener sus convicciones en el plano de los planteos teóricos, que también incluían la xenofobia y el racismo. Un hecho ocurrido en 1966, cuando era jefe de la Regional La Plata de la Bonaerense, lo pinta de cuerpo entero. El día del santo nacional de Perú, San Martín de Porras, un grupo de estudiantes peruanos había convocado a un acto religioso seguido de una protesta política en la Iglesia San Ponciano. A la salida de la misa, un operativo policial dirigido en persona por Schoo terminó con la detención de algunos de los asistentes. Mientras los uniformados metían a los estudiantes en los celulares, un cronista del diario El Día le preguntó al jefe de la Regional cómo había reconocido a los revoltosos entre tanta gente que salía de la Iglesia. La respuesta de Schoo fue contundente: “Por sus características antropológicas”. Los detenidos fueron deportados a su país de origen por la dictadura de Onganía.
Para el fundador de la CNU, el representante en el país de esta peligrosa avanzada era el obispo de Avellaneda, monseñor Jerónimo Podestá. En una carta de puño y letra dirigida a Perón en 1965, denunciaba: “La nueva pieza de esta OPERACIÓN DERIVATIVA Y DESTRUCTIVA es monseñor J. Podestá (…) Pero yo ya lo denuncié en 1964, como aliado del judaísmo sionista, de la masonería y otras fuerzas sinárquicas, como Usted podrá ver en mi trabajo Helenismo, Cristianismo, Judaísmo (respuesta a Mons. Podestá) y que lo obligó a replegarse un tiempo”. De esa tendencia participaban, le contaba Disandro al general, “los obispos y clérigos que hacen un planteo marxistoide, bolche, como por ejemplo monseñor Quarracino, Viscovich, el padre Mayol (del grupo bolche Tierra Nueva, y que tiene entrada en la CGT), etc. Coaliga esta tendencia varios grupos izquierdistas. Aquí se pretende captar la voluntad de vastos sectores civiles, incluidos justicialistas, que se inclinan por transformaciones violentas (tipo Yugoslavia, como propugna Viscovich). Por otro lado, obispos y clérigos, que hacen el cuento de la justicia social, sin violencia, y pretenden aglutinar la masa peronista y la conducción local haciendo un remedo interno de Tercera Posición. No le quepa duda, mi general, que Podestá es un agente de la política vaticanista y judía, es decir, representa lo que yo llamo el judeo-cristianismo”. El arzobispo de La Plata, monseñor Antonio Plaza, alentaba al futuro fundador de la CNU a escribir estas cartas.
Disandro y su amigo Jorge Schoo publicitaban estas ideas en la revista La Hostería Volante, pero el policía no se conformaba con mantener sus convicciones en el plano de los planteos teóricos, que también incluían la xenofobia y el racismo. Un hecho ocurrido en 1966, cuando era jefe de la Regional La Plata de la Bonaerense, lo pinta de cuerpo entero. El día del santo nacional de Perú, San Martín de Porras, un grupo de estudiantes peruanos había convocado a un acto religioso seguido de una protesta política en la Iglesia San Ponciano. A la salida de la misa, un operativo policial dirigido en persona por Schoo terminó con la detención de algunos de los asistentes. Mientras los uniformados metían a los estudiantes en los celulares, un cronista del diario El Día le preguntó al jefe de la Regional cómo había reconocido a los revoltosos entre tanta gente que salía de la Iglesia. La respuesta de Schoo fue contundente: “Por sus características antropológicas”. Los detenidos fueron deportados a su país de origen por la dictadura de Onganía.
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