22 de Agosto, un nuevo aniversario de Los fusilamientos de Trelew


 BAJO EL GOBIERNO DE LANUSSE SE ENSAYO ASI EL TERRORISMO DE ESTADO QUE SE APLICARIA CUATRO AÑOS DESPUES
Felipe Pigna. Historiador
22 de agosto de 1972, 16 detenidos murieron fusilados en la Base Aeronaval Almirante Zar. Hubo tres sobrevivientes.
Algo salió mal aquella madrugada en la que se estaba ensayando el terrorismo de Estado que viviríamos a gran escala sólo cuatro años después.
Todo había estado meticulosamente planeado. Todo salvo que tres de los baleados sobrevivieran para contárselo a la "justicia" de la llamada Revolución Argentina que en ese entonces comandaba Alejandro Agustín Lanusse.
Pero sobre todo para contárselo para siempre a Francisco Paco Urondo, que convertiría aquellos testimonios publicados parcialmente en el periódico El Descamisado, en el libro La Patria fusilada. Allí María Antonia Berger, Alberto Camps y René Haidar cumplían con su compromiso de brindar, en términos de Urondo "la palabra justa" (1).
Los tres recordaban las voces del capitán Sosa y el teniente Bravo sonando metálicamente sobre las paredes de las celdas de la base Almirante Zar de Trelew a las tres y media de la madrugada de aquel 22 de agosto de 1972, mientras los obligaban junto a 16 compañeros a salir de sus celdas y formar dos filas: "Ya van a ver lo que es meterse con la Marina: ahora van a ver lo que es el terror antiguerrillero".


 Casi inmediatamente comenzaron los disparos y cayeron acribillados a balazos. Todos fueron rematados con el famoso tiro de gracia. Los fusilados eran 19. Habían fugado junto a otros seis de sus compañeros hacía exactamente una semana del penal de Rawson, donde cumplían condenas por pertenecer a distintas organizaciones político-militares.

La fuga, de la que participaron 110 presos políticos, había sido planeada en todos sus detalles. Tomaron la cárcel y lograron los objetivos. Por una desinteligencia con el grupo de apoyo, sólo pudieron fugarse efectivamente los dos primeros grupos.
El primer contingente, integrado por la conducción de las organizaciones guerrilleras, logró llegar a tiempo al aeropuerto de Trelew donde los esperaba un avión de Austral que había sido secuestrado por otro comando guerrillero como parte del operativo.
Esperaron lo que pudieron al resto hasta que decidieron volar hacia el Chile socialista de Salvador Allende.
Pocos minutos después llegó el segundo grupo que tomó el aeropuerto a la espera de un avión que estaba por aterrizar, pero que advertido a tiempo tomó otro rumbo. A los pocos minutos la terminal aérea fue rodeada por fuerzas de seguridad. Los guerrilleros convocaron a los medios presentes y dieron una improvisada conferencia de prensa.
El primero en hablar fue Rubén Bonet, militante del ERP. Casi premonitoriamente, sus primeras palabras fueron de recuerdo para los obreros fusilados hacía 51 años en Santa Cruz: "Aquí, en la Patagonia, concebimos esta lucha, esta acción, como la continuación de la lucha que libraron los obreros rurales que en el año 21 fueron asesinados por el Ejército".(2)
Mariano Pujadas, de Montoneros, fue el encargado de anunciar que, tras recibir la garantía por parte del juez Godoy y del capitán Luis Emilio Sosa, de que sería respetada la integridad física de todo el grupo, se entregarían al terminar el diálogo con los periodistas.
El teniente coronel Muñoz, jefe de operaciones, declaró: "Estoy desilusionado. Veníamos a liquidarlos a todos y están vivos. Si se hubieran animado a disparar un tiro, no dejábamos uno. Pero se rindieron, los muy cobardes". (3)
 Por orden del presidente Lanusse los detenidos fueron conducidos a la base Almirante Zar y no al penal de Rawson, como habían acordado en el momento de la rendición. A poco de llegar a la base comenzaron los interrogatorios y los maltratos a los detenidos en los que se destacaba por su crueldad el teniente Roberto Guillermo Bravo.
El 21 de agosto por la noche hubo una reunión decisiva en la Casa Rosada. El tema excluyente fueron los hechos de Trelew y la decisión del gobierno chileno de no entregar a los guerrilleros fugados y permitir que siguieran viaje hacia La Habana.
Era un golpe contundente para la dictadura lanussista que se aprestaba a festejar el 25 de agosto el vencimiento del plazo para que Perón volviera al país y se presentara como candidato. Lanusse y sus comandantes hervían de sólo pensar que los máximos líderes de la guerrilla argentina habían logrado fugar de la cárcel más segura del país.
 Aquella noche se decidió la suerte de los 19 detenidos en la base Zar. La versión oficial fue difundida por el general Eduardo Betti a las 13.30 de aquel 22 de agosto y pretendía hacer creer que Mariano Pujadas le había arrebatado a Sosa un arma durante una inspección de rutina a los detenidos y a partir de entonces se produjo un intenso tiroteo en el que resultaron 15 guerrilleros muertos y cuatro heridos graves.
A partir de entonces el Gobierno cerró un duro cerco informativo para tapar la matanza, coronado por el decreto 19.797 que establecía penas de prisión de 6 meses a 3 años para quien "difundiere, divulgare o propagare comunicaciones o imágenes provenientes de o atribuidas o atribuibles a asociaciones ilícitas o a persona o a grupos notoriamente dedicados a actividades subversivas o de terrorismo".
Para romper el bloqueo informativo, los abogados de los detenidos convocaron a una conferencia de prensa en la sede de la Asociación Gremial de Abogados, pero el local fue volado por una bomba que lo destrozó.
El 24 de agosto, en la sede del Partido Justicialista, se velaron a cajón cerrado los restos de algunos de los fusilados. La casa fue asaltada por las tropas del comisario Alberto Villar, futuro jefe operativo de la Triple A, quien declaró orgulloso: "No me dejan, pero a mí me dan la orden y yo tiro todo abajo y me llevo los cajones". (4)
Se ve que alguien le dio la orden porque poco después de conversar con la prensa irrumpió en la capilla ardiente con una tanqueta destrozando todo lo que encontró a su paso. Le cupo al almirante Mayorga, entonces jefe de la Aviación Naval y futuro amo y señor de la ESMA durante la dictadura inaugurada en 1976, ponerle el broche de oro a la masacre diciendo:
"Se hizo lo que se tenía que hacer. No hay que disculparse porque no hay culpa. No caben los complejos que otros tratan de crear. La Armada no asesina. No lo hizo jamás, no lo hará nunca".(5)


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